Adiós, Barça, adiós
Cuando llega un Barcelona-Real Madrid o viceversa, casi siempre nos sacan a Javier Marías y a mí de nuestros cuarteles de otoño para que enseñemos el corazón tan blanco o tan blaugrana. La verdad es que cada vez me cuesta más recuperar la camiseta del baúl de los disfraces y sólo si me dejo llevar por ese gilipoyesco niño que según algunas mujeres ternascas, más que tiernas, llevamos dentro, regreso a los códigos de una conducta militante. ¡Barça! ¡Barça! ¡Barça! Ya estoy más animado. Casi encendido. Aunque cada vez sé menos lo que digo cuando pronuncio la palabra Barça, porque poco tiene que ver la entidad actual con la colección de cromos o con la comunión de los santos que nos hizo barcelonistas.No, no se trata sólo del número de comunitarios o de extracomunitarios en la plantilla, porque globalizados estamos como Pulgarcito, en la barriga del buey donde ni nieva ni llueve. Se trata de que el público cada vez tiene menos soberanía sobre los clubes y a la larga bastará que factorías de vestuario deportivo, cadenas de televisión y publicitarios se pongan de acuerdo para que los seguidores de los equipos carezcamos de valor de uso y de valor de cambio. Incluso se nos podrá sustituir virtualmente en mejores condiciones para el poder religioso-mediático, porque el público virtual no silbará jamás a las juntas directivas, ni dará batallas del pañuelo. Los estadios de fútbol serán maquetas construidas en los estudios de televisión o simples diseños de ordenador que permitirán incluso que Manolo el del Bombo pueda tocar eso en el año 3000 o que el señor Casaus ofrezca las victorias del Barça a la Virgen de la Merced en el 4044 de la era Addidas.
Presenciemos pues este Barcelona-Real Madrid, como si fuera un Barcelona-Real Madrid de los de antes, con la misma capacidad de autoengaño con el que compramos truchas de piscifactoría o pollo esclavo y ojalá el árbitro, que éste sí es de la vieja raza de árbitros, correoso como un león marino en la luna, se equivoque porque excitaría los posos más profundos de nuestro patriotismo y volveríamos a tirarnos al monte o a construir trincheras para aquella lucha final que se perdió el día en que llegaron al fútbol los ingresos colaterales sin que la OTAN fuera capaz de pronunciarse sobre el asunto, distraido Solana con el vuelo de las enaguas de Madeleine Albright
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