Vergüenza
El puerto de Valencia ya tiene un plan para justificar que La Punta deje de ser reserva agrícola protegida y pase a suelo urbanizable, con su estudio de impacto ambiental y todo. Bueno, eso de estudio es un decir, pues los documentos son técnicamente penosos. Quienes los han perpetrado han copiado incluso papeles de hace algunos años y anuncian para el futuro cosas que ya llevan tiempo en marcha. Obviamente, los promotores de la ZAL piensan que todo eso del PGOU y del medio ambiente es sólo una traba burocrática más, que puede ser salvada con una rutina descuidada.En cualquier caso, el plan ha pretendido ajustarse a los requisitos legales del artículo 2 de la Ley 2/1989 de Impacto Ambiental, que indica los contenidos que ha de tener cualquier estudio de impacto. Pues bien, este concreto estudio incumple parcialmente los apartados 2º, 4º, 5º, 6º y 7º del mencionado artículo. Cumple algo satisfactoriamente los apartados 1º y 8º. Y no cumple en absoluto el apartado 3º, relativo a las soluciones alternativas. En este sentido, su contenido puede resumirse en muy pocas palabras: la ZAL será buenísima y todo lo que se perderá con ella una birria insignificante. Pregunta: Dado que la protección de La Punta es una parte esencial del equilibrio entre conservación de la huerta y expansión de la ciudad establecido por la ordenación urbanística vigente: ¿puede ser roto ese equilibrio con un simple plan parcial? Respuesta: ¿Pero alguien cree que la conservación de zonas de huerta prevista por el PGOU iba en serio?
Un estudio de impacto ambiental, por ley y lógica, ha de examinar emplazamientos alternativos. Éste, en cambio, declara abiertamente que se salta ese requisito. La razón -no es broma- es como sigue: "La localización de la actuación que aquí se proyecta no cuenta con otras alternativas de emplazamiento más que la que aquí se recoge en razón a los condicionamientos funcionales tan estrictos a los que debe sujetarse". Y basta. Los autores del plan no son muy amigos de la coherencia, pues la memoria urbanística acepta que habría al menos otros dos emplazamientos viables, mientras que el estudio de impacto los ignora (claro, en esos otros emplazamientos, los daños ambientales serían mucho menores). Pregunta: ¿Está el puerto de Valencia por encima de la ley? Respuesta: ¿Ley? ¿Qué ley? Usted no sabe con quién está hablando...
El plan reconoce que si se construye la ZAL en La Punta, habrá allí riesgo de inundación por encharcamiento, como consecuencia tanto de la impermeabilización del suelo al cubrirlo de cemento como del cierre del espacio por infraestructuras también de cemento. En consecuencia, incluye medidas correctoras para reducir este riesgo (en la ZAL). Lo que no dice es que, por las mismas razones, ese peligro aumentará también en Nazaret y, quizás, en las urbanizaciones próximas a la Ciudad de las Ciencias. Para estas zonas habitadas, en cambio, no hay estudios ni medidas correctoras que valgan. Pregunta: ¿Regalará Rita Barberá una barca a cada habitante de Natzaret, para que puedan salir de casa cuando caigan cuatro gotas? Respuesta: De eso nada, que naden, que el deporte es bueno para el cuerpo.
El plan elude toda mención a los posibles efectos de la ZAL sobre L"Albufera. No estamos seguros de que los tendría, pero habría que estudiarlo, porque el plan sí reconoce que se contaminaría el acuífero subterráneo de la Plana de Valencia y porque actividades industriales de alto impacto a pocos metros del parque natural son en principio preocupantes. Además, los precedentes son también inquietantes: la ampliación sur del puerto ya ha arruinado las playas de Pinedo y El Saler, pese a que forman parte del parque natural y son, en teoría, espacios protegidos. Pregunta: ¿Hay alguna diferencia entre el puerto y Boliden, la compañía que contaminó Doñana? Respuesta: ¿Pero de verdad creen ustedes que vacilaríamos un instante en invadir L"Albufera?
Las brisas marinas que suavizan un poco el caluroso verano de Valencia, gracias a la huerta de la Punta, llegan al resto de la ciudad relativamente frescas. Si se construye la ZAL, llegarán también, pero arrastrando el calor y los humos emitidos por 1.315.986 camiones y furgonetras (datos del plan). Es decir, la ZAL aumentará sensiblemente la contribución valenciana al cambio climático global e intensificará el ya insufrible efecto local de isla térmica. Pregunta: ¿Importan algo nuestra salud y nuestro bienestar? ¿Y las generaciones futuras? Respuesta: Por supuesto que sí; también hay buenos negocios por hacer vendiendo medicinas y acondicionadores de aire. El plan reconoce que La Punta contiene valores histórico-culturales. La solución que propone consiste en anunciar la conservación de unos cuantos edificios de la actual senda de Llora. Esto es simplemente absurdo, una especie de broma siniestra. El patrimonio es la huerta, su actividad y su paisaje, y no cabe reducirlo sólo a las casas. Pregunta: ¿Mantener algunas construcciones rurales sin las acequias ni los campos es proteger el patrimonio o sólo una mueca macabra? Respuesta: Nada de eso; servirá para que los visitantes de las naves industriales vean lo primitivos que éramos.
En resumen: la banalidad técnica del plan ZAL no es sólo un accidente burocrático. Es sobre todo una forma de ocultar la falta de respuesta a grandes interrogantes. Sólo uno más. Para acabar. Es posible que, en unos cuantos años (en todo caso dentro de las dos primeras décadas del siglo XXI), la competencia ejercida por otros puertos con mejor contexto geográfico y económico, sumada a la contracción del comercio internacional que resultará de la ya anunciada crisis del petróleo, convierta el megapuerto de Valencia en un triste desierto industrial. No es una profecía catastrófica. No sabemos si eso pasará. Sólo sabemos, como todo el mundo, que podría pasar, que es una posibilidad que no puede descartarse. Si llegase a suceder, la ZAL no habría sido tan sólo una catástrofe ambiental y un desastre urbanístico, sino también un fiasco económico. Pero entonces sería demasiado tarde.
Es simplemente una vergüenza que un proyecto tan costoso y arriesgado pueda llevarse a cabo sin apoyarse en estudios serios y en un debate exhaustivo y abierto a la participación ciudadana. Las personas directamente afectadas llevan años viendo que todas las puertas se cierran ante sus narices (y no se diga que en algún momento se habló con ellas: no se trata de hablar, sino de negociar). Y quienes hemos formulado opiniones críticas nos hemos estrellado contra un muro de silencio. Según parece, unos oscuros tecnócratas de Madrid y un puñado de individuos influyentes de Valencia son todo lo que hace falta para decidir. Entran ganas de decir que con su pan se lo coman. El único problema es que vivimos aquí.
Ernest Garcia y Emèrit Bono son, respectivamente, profesor de Sociología y de Política Económica de la Universidad de Valencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.