Torturadores
E. CERDÁN TATO
Desaparecerse o hacer desaparecer no es tan sólo un truco espectacular de ilusionismo, sino también una felonía, una fosa para la carne desollada, un sótano donde unas manos envilecidas se complacen en el espanto y evalúan la frecuencia y la calidad de los alaridos, cuando hurgan las entrañas de la víctima. Algunos torturadores tienen el oído muy educado y cuelgan los cuerpos de un hilo musical, para escuchar Tannhäuser, mientras se los trabajan; otros, satisfacen su curiosidad arrojándolos desde un avión, y observan los efectos de la gravedad; y unos terceros, se lo ventilan con la garrota: llevan su presa al descampado, le muelen los huesos y cuando ya es gelatina, la abandonan a la intemperie. Esta especie violenta y de sesos rebozados en sus heces, que hace de la abyección una proclama patriótica, y del suplicio una cuenta bancaria, no tiene fronteras: arrasa Europa, Argentina, Chile, África, Timor. Son prestidigitadores perversos, que no usan chistera, ni capa de raso escarlata, ni ocultan flores o palomas o abanicos de marfil: se cubren con una capucha o exhiben, con arrogancia, su podredumbre, en una gorra de plato, y desvanecen definitivamente obreros y estudiantes, mujeres, pastores de ovejas, gentes que llevan la libertad y su casa en el aliento. Esos magos han vuelto a ejercer en el Sáhara Occidental, en los territorios ocupados por Marruecos, y han triturado los derechos humanos, con el silencio cómplice de gobiernos y partidos que se arrogan inicuamente la condición de demócratas. De nuevo, en Smara, Tan- Tan, Goulimine y, particularmente, El Aaiun, se ha vivido la pesadilla, el crimen, la violación y la tortura. ¿Dónde está el estudiante Ahmedou Ely Salem Sidi?, ¿dónde sus libros, sus sueños, la memoria de un país independiente?, ¿dónde, tantos otros saharauis desaparecidos? Del norte, baja ahora un clamor de esperanza, y en Bow Street se escribe el epitafio del genocidio: desde aquí yace toda una jauría de carniceros. Aún quedan plazas vacantes, pero los pueblos ya las han reservado a nombre de sus verdugos, vaciados de impunidad. Y qué inventario de basura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.