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Tribuna:LA CASA POR LA VENTANA
Tribuna
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El idioma de la familia

Los sociólogos y otros científicos sociales darán su parecer sobre la imagen que proyecta esta comunidad a través de su televisión autonómica, sobre todo para aquellos que tengan la fortuna de vivir allende nuestras fronteras. Es posible, según algunos índices de audiencia, que se aproxime a la idea que algunos políticos se hacen sobre los gustos de sus mandados. Que esa idea sea la más desalentadora de entre todas las posibles introduciría un componente masoquista acaso acorde en todo con el presunto reverso íntimo de nuestra supuesta -y ruidosa- propensión a la alegría. En cualquier caso, sería necio ocultar que la más esplendorosa de las mascletás falleras es apenas un delicado susurro al lado del estrépito de las emisiones de Tómbola, por lo mismo que ningún grupo social provisto de alguna noción de autorrespeto permitiría que la locución de los partidos de fútbol se hiciera en un idioma que, no siendo castellano ni valenciano, sólo por aproximación se parece al analfabetismo de rústico abolengo que priva en algunas zonas naranjeras.Es difícil determinar cuándo empezó a joderse la televisión más agraria de cuantas emiten con licencia, y lo mismo su ruina empieza a gestarse desde que Joan Lerma decide sustituir a María García Lliberós por el más dispuesto Amadeu Fabregat con el ojo derecho puesto en los índices de audiencia y el izquierdo en su perpetuación como presidente de una por entonces casi recién estrenada Generalitat. Hay sin duda un antes y un después respecto de algo que tampoco está muy claro, pero lo difícil es determinar el instante atónito de la decadencia. Algo parecido ocurre con la hermana pobre del invento, la desdichada Ràdio Nou. Pero conviene no hacerse ilusiones sobre un pasado más noble que se habría visto de pronto arruinado. Ya desde el principio esa radio parecía poca cosa más que un divertimento de muchachos voluntariosos, donde Emili Piera, Ferran Torrent, y Manuel Jardí se encargaban del jolgorio nocturno de casino con los amigos (en el que sólo el título, La cosa nostra, ha resultado profético) y las mañanas estaban dedicadas a la tristeza remunerada de Alfons Cervera, poco más o menos, todo muy en la línea lúdica -quién lo hubiera dicho- de esa publicación fluvial con la que al cabo ni siquiera todos los Vergara están de acuerdo. Si hay algo peor en este país que la propensión hortofrutícola es la propensión hortofrutícola parailustrada. Tampoco Canal Nou, esa madrastra, andaba mucho mejor, y basta sugerir que Joan Monleón, con sus cinc-mil pessetetes, su paella russa y su localización bajo especie de adivinanza de ignotos campanarios comarcales (bonita manera de fer país), era la estrella nocturna de una programación de retales un tanto mendicante.

Como ha sucedido con tantos otros proyectos culturales diseñados en la época del socialismo rampante, todo esto devino rápidamente en mero simulacro, y no precisamente en la acepción sofisticada de Jean Baudrillard sino atendiendo a la concepción del mundo del tendero de la esquina. Se salva por ahora el IVAM, a la espera de que Consuelo Ciscar consiga recompensar a Ramón de Soto por los servicios prestados con una exhibición antológica de sus aplicadas imitaciones. El mérito en el punto de inflexión hacia el despeñadero de la paparrucha corresponde a Josep Ramon Lluch y sus innumerables versiones de Parle vosté, calle vosté, donde el debate sobre no importa qué asunto era suplantado por una calculada impudicia que liquidaba de una vez por todas cualquier tipo de debate, y a parecido propósito, aunque por otras vías, se ofrecieron los fautores de la serie Benifotrem, con Joan Álvarez a la cabeza, auténtica carta de presentación de lo más granado del llamado Centro de Formación de Guionistas, los espesos culebrones ladrilleros de Rodolf Sirera y hasta el rescate tardío de un Joan Monleón que, desgraciadamente, ya no era ni sombra de lo poquito que llegó a ser. Ahí están los precedentes ciertos de la dicharachera Tómbola y la validación de Ximo Rovira, de la exótica La música es la pista, de la prescindible Tela marinera o de la ofensiva pócima de viejo verde Calor, calor. Nada garantiza que la cadena no prosiga en otoño su amplia carrera delictiva (algunos de sus responsables comienzan a declarar ante el juez como imputados en algo distinto a una degradación cultural bastante lograda) con su programación de largo y cutre verano. La pregunta es si puede pasar por autonómica una tele que ni siquiera ha conseguido convencer a los publicistas de que anuncien sus productos en valenciano.

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