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Chumy Chúmez

De un cantante se espera que interprete una canción en la reunión de amigos; del rapsoda, un encendido poema; de la niña del anfitrión, que toque el piano. De Chumy Chúmez, alias José María González Castrillo (San Sebastián, 1927), no se espera nada, porque su realidad supera cualquier ficción. Con un aire a lo Colombo (eso sí, mucho más alto y el ojo permanentemente abierto), dice lo que piensa y provoca la duda de si ha hecho un chiste o ha cometido un caso de realidad absoluta.Porque Chumy Chúmez, humorista pasado, presente y futuro, ha hecho siempre de sus viñetas un editorial sesudo y rotundo, resuelto en una docena de palabras y una imagen trazada. Su hipocondria militante suele provocar alguna estupefacción hasta confundirla con una traslación de sus personajes. Pero Chumy Chúmez es así, y se advierte en cualquier trato personal que uno tenga, en cualquier felicitación suya que uno pueda recibir.

En su actitud personal se adivina la raíz de sus viñetas. La muerte, el hambre, el dolor, la injusticia han sido cuestiones recurrentes en su biografía. Viñetas que generalmente cautivan por el ingenio más que por un imposible cariz desternillante.

Por ello reconocía Chumy Chúmez en la inauguración, el pasado miércoles, de su exposición pictórica en el Museo San Telmo de San Sebastián que sus viñetas más problemáticas son aquellas que tienen como protagonista a la mujer o al Tercer Mundo. La facilidad para herir sensibilidades se acrecienta en casos como ésos.

A Chumy Chúmez se le sitúa habitualmente en lo que alguien dio en llamar humor negro, cuando debiera haberse llamado humor posible. Dice Chumy que en la epoca franquista la censura estaba tan asumida por los editores que ellos imponían los límites de lo posible. Y, sin embargo, no se encuentran viñetas más subversivas, opiniones gráficas tan rotundas como las de esa colección de intelectuales que, por ejemplo, poblaron La Codorniz. Y Chumy ha aprendido con el tiempo que la política no son los políticos, sino las cosas que le pasan a la gente. Y por eso hablaba del hambre ("Hijo mío, algún día todo este hambre será tuya"), la pobreza ("que acaba siempre por transformarse en raza"), la dominación (aquellos dibujos sin palabras en que el pobre sin piernas circulaba en una plataforma con ruedas para transportar al señor o al burócrata de turno).

Y así sucesivamente. Si en Forges, los blasillos o las enlutadas pueblerinas fundamentan el pensamiento más agudo, en Chumy todo es agudeza; realismo y no acidez, lo llama él. Y se advierte por igual en las viñetas de La Codorniz o Hermano Lobo, o en las de Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, o en las de El Independiente o El Imparcial, publicaciones muy diversas para un único Chumy Chúmez. Pero en el Museo San Telmo se puede advertir al pintor que, según dice, siempre quiso ser y que acabó engullido por el ciclón del humorista que, según dice también, nunca quiso ser y acabó siendo.

La sonrisa

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Estudiante de Comercio, humorista por obligación, humilde pertinaz que descarta cualquier capacidad de desequilibrio político a su oficio, con un aire permanente de estar de vuelta, tertuliano insospechado que ponía sobre la mesa de Luis del Olmo toda la mordacidad de la que son capaces los tímidos, manteniendo la cara de quien ni ha roto ni romperá un plato. No consta, en público, que Chumy Chúmez ría con facilidad. Como sus lectores, sonríe y generalmente se refugia, como sus pensativos personajes, en una actitud introspectiva, ésa que prologa y engrandece la mayor ironía.

Este humorista iconoclasta, donostiarra de Madrid, ha dicho que no, que no cuenta un chiste en la reunión de amigos, sino que enseña sus dibujos, sus obras maestras de la intimidad, las que miraban de reojo y con envidia, como quien ve al cordero devorar al lobo, las viñetas que encontraban tiempo y lugar en revistas y periódicos.

Probablemente, esté atrapado para siempre en lo que unos llaman humor negro, otros humor ácido y así sucesivamente, en ese afán que tenemos los humanos por adjetivar lo sustantivo, para concluir que se trata de algo real como la vida misma: la violencia, la muerte, el hambre, la pobreza y demás menudencias por el estilo. Ya se sabe, cosas del pasado.

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