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Zaplana y Disney

MANUEL PERIS

Hace unos días, en tono apocalíptico, exhortaba Baudrillard sobre el peligro que significa que el mundo se esté convirtiendo en una gran Disney-landia. Miguel Ángel Villena, amigo de tantas cosas y compañero de estas páginas, relacionaba la advertencia con la construcción de Terra Mítica. Y sin embargo creo que ése no es ahora el problema, o al menos no es todo el problema. Sinceramente, cuesta imaginar lo que sería de este país sin el turismo. Mirar fotos antiguas de Altea y de Benidorm puede ser muy reconfortante a condición de que sólo aparezca en ellas el paisaje. Si lo retratado es el paisanaje (aquellos miserables pescadores y sus familias) la opinión puede ser muy otra. Del mismo modo que si se revisan los vertiginosos descensos de la población en aquellas tierras durante la primera mitad del siglo y los no menos vertiginosos crecimientos a partir de los años sesenta. La idealización bucólica, y por tanto acrítica, del pasado no es la mejor manera de encarar el futuro.

La cuestión es bastante más complicada. Es evidente la fuerza de la hegemonía cultural norteamericana en una sociedad cada vez más globalizada; pero también, la potencia con que surgen y se difunden desde la periferia y desde dentro del Imperio otras ideas, otras formas de entender el mundo. La situación de la lengua española, por ejemplo, es mucho mejor que hace unas décadas gracias precisamente a la penetración de los miserables del sur al norte del río Grande. El mestizaje musical podría ser otro ejemplo de que las cosas no son tan apocalípticamente uniformes.

El problema medioambiental de Terra Mítica no es tanto el hecho evidente de que la afluencia turística generará incrementos en el consumo de aguas, sino más bien cómo racionalizar ese consumo y qué infraestructuras son necesarias para la reutilización de esas aguas. Porque en el fondo del debate lo que subsiste es la cuestión de hacia dónde deben dirigirse las inversiones públicas. Y aquí si que canta el asunto de Terra Mítica. Esto no es Disneylandia, no es el proyecto inversor de una empresa privada, sino la feria de las vanidades del señor Zaplana. Gobernar, dicen, es escoger y por tanto el problema es qué se deja de hacer en este país para que la Generalitat pueda destinar 80.000 millones de pesetas a este parque de atracciones que se está construyendo en Benidorm. Y en este punto es donde debería estar el debate ¿tiene sentido que la aportación de la Generalitat a Terra Mítica supere a la inversión total en vivienda, carreteras y transporte? ¿que duplique el presupuesto conjunto de las consellerias de Industria y de Empleo? ¿que sea más de cinco veces superior al presupuesto de la Conselleria de Medio Ambiente?

Un grupo de científicos se ha reunido estos días en Alicante para analizar los peligros que amenazan al Mediterráneo como consecuencia de la presión turística. En la actualidad un tercio del turismo mundial se agolpa en sus riberas y las previsiones apuntan a que la cifra se duplicará en los próximos años. De ahí, la necesidad, advierten, de que los gobiernos mejoren las infraestructuras, especialmente las relacionadas con el tratamiento de aguas residuales. O lo que es lo mismo, las inversiones de la Generalitat en Terra Mítica son las que no se van a realizar para sanear el contaminado río Segura.

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