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Tribuna
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La moción

Si la moción de censura contra Agustín Cuevas, alcalde de Sanlúcar de Barrameda, prospera el próximo día 19, Juan Rodríguez, un bisoño político con divisa popular, tendrá en sus manos el juguete que más ha deseado en los últimos tiempos, por el que ha suspirado hasta la agonía ante los escaparates escolares y con el que, probablemente, se quemará antes de la hora por culpa de su inexperiencia. La alcaldía en sus manos será precisamente eso: una mixtura de sueños deseados y terrores nocturnos que bien podría simbolizar Chucky, aquel muñequito diabólico. Es probable, y ojalá me equivoque, que su falta de rodaje en el poder acabe por devorarlo. Y si no se lo jama su envidiable juventud estoy seguro que, con mucha cortesía, se lo comerá una oposición a la que le sobran colmillos retorcidos para festines tan tiernos.Sí es cierto que, nadando contra corriente, él solito, junto con el benemérito andalucista señor Prats, acaban de romper la inercia pactista que ha sellado los tiempos posteriores a las últimas municipales. Socialistas y andalucistas se han coaligado con mayor o peor fortuna, con mayor o menor desafecto o infidelidad, para gobernar en la mayoría de los grandes municipios andaluces. Juan Rodríguez, Juanito para los que lo quieren bien, simbolizaría la ruptura de esta inercia, una carambola política propiciada por las graves circunstancias que concurren en Sanlúcar, que han convertido al actual alcalde en el enemigo único a batir. A fe que el tal Cuevas, El Niño golfista del green político sanluqueño, se lo ha buscado.

Si los grandes intereses ocultos en la oscuridad de la vida sanluqueña no lo impiden y se olvidan de presionar a algún edil para que falte, por grave indisposición, a la cita del día 19, Juan Rodríguez será nuevo alcalde de la ciudad. Debe saber que ésta es una responsabilidad mayor que llevarle los langostinos de bigotes a su jefe Aznar en las tardes del Coto o que lucir las llaves del coche nuevo en la sal vip de las carreras. Le cae encima la responsabilidad de sanear el aire viciado de la cueva sanluqueña y darle a la administración de la ciudad el olor a nardos de sus mejores noches. La que te queda, Juan.

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