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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chirac, en España

EL RANGO dado por ambas partes a la visita del presidente Chirac a España rinde cuenta de la desaparición de la mayoría de las resistencias y los prejuicios históricos que durante tanto tiempo han lastrado las relaciones entre ambos países. La ofrenda floral de Chirac a los caídos en el levantamiento de Madrid contra las tropas napoleónicas es un gesto sin precedentes en un presidente francés, comparable a los que realizaron François Mitterrand y el canciller federal Helmut Kohl en lo mejor del eje franco-alemán.En un momento en el que las relaciones entre los dos principales miembros nucleares de la Unión Europea, Francia y Alemania, no pasan por su mejor etapa, no deja de ser significativa esta demostración de sintonía entre París y Madrid. La revalorización de estas relaciones tiene bases muy sólidas. La colaboración policial en la lucha antiterrorista ha alcanzado unos niveles muy altos de efectividad y fluidez, demostrados la pasada semana con la rápida detención de los terroristas que habían robado ocho toneladas de explosivos en Bretaña. París no ha dejado duda de que la lucha contra ETA es un interés común, uno de los más importantes entre los muchos existentes. En una alocución ayer ante el Pleno de las Cortes, la primera que realiza allí un jefe de Estado no latinoamericano, Chirac reiteró este extremo.

Pero la visita de Chirac ha sido, además, una demostración más de que los Pirineos han dejado de ser esa barrera tantas veces infranqueable. Francia es hoy, con Alemania, el país que goza de más simpatías en España, lo que demuestra una evolución prodigiosa en la opinión pública. Y en el país vecino, la cultura y la lengua españolas gozan de una presencia y prestigio como nunca tuvieron. Francia es el primer socio comercial de España, y tanto su presencia inversora como el intercambio turístico han alcanzado niveles desconocidos.

París y Madrid tienen muchas razones comunes que exponer y defender en la Unión Europea ante la decisiva fase de su ampliación, en las políticas sobre el Mediterráneo, el Magreb y en las relaciones con EE UU, en las que se perfilan algunas tempestades. Que el gaullista Chirac, dado el peculiar régimen de cohabitación con los socialistas franceses, haya querido otorgar el mérito de la nueva situación española al Gobierno conservador de Aznar no deja de ser lógico. Y no merma ni el valor de esta visita ni los indudables méritos de la gestión socialista francesa, que también tiene mucho que ver con la satisfacción general que este encuentro entre los vecinos ha generado.

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