La ortodoxia en blanco y negro
En el Banco de España Mariano Rubio ha quedado como el gobernador de la ortodoxia económica y financiera. Tal vez por la forma personal y de marchamartillo con que resolvió la mayor crisis de la banca que ha vivido España (se cerraron más de 50 bancos) cuando todavía era subgobernador -con José Ramón Álvarez Rendueles como gobernador- y el riguroso control que posteriormente implantó sobre las entidades financieras. Tal vez por las duras exigencias que imponía a los funcionarios del Banco, cuya maquinaria él conocía con precisión.Pueden ser ambas cosas. Pero lo cierto es que a Mariano Rubio pocas veces le temblaba el pulso para defender esa ortodoxia, lo que le llevó a ganarse sin mucho esfuerzo el apelativo de "martillo de herejes". Porque fue martillo con aquellos banqueros heterodoxos que se descuidaban en sus tareas y que condujeron a la banca española al borde del colapso a finales de los años setenta. Fue un verdadero guardián del sistema, al que contribuyó a modernizar y a encauzar hacia la eficacia.
Por eso, sorprendió sobremanera que su brillante carrera se viera emborronada para siempre por el escándalo del caso Ibercorp, un asunto que le llevó a la cárcel junto al exsíndico Manuel de la Concha, que era la persona de su confianza que llevaba sus inversiones. Rubio, que fue acusado de un delito contra la Hacienda Pública y de ser cooperador en otro de falsedad de documentos, estuvo en prisión desde el 5 al 19 de mayo de 1994. Catorce días que para él fueron un suplicio del que no levantó cabeza.
Este episodio abrió una grave crisis en el banco emisor y, por extensión, en el Gobierno socialista que había sustentado al gobernador hasta el final de su segundo mandato, en julio de 1992. Eso sí, le impidió continuar un mandato más.
Nació en Burgos el año de la Segunda República y entroncó con una familia que había tenido un ministro republicano (Justino Azcárate, padre de la que fue su primera esposa, Isabel). Fue contestatario con la dictadura, sobre todo en sus años universitarios, y se convirtió en cabeza de una élite funcionarial que, con el tiempo, pasó a conocerse como la beautiful people y que tuvo conexiones con el poder que emanó de la democracia. Entre sus allegados figuraban Leopoldo Calvo Sotelo, Juan Antonio García Díez, Carlos Bustelo, Miguel Boyer, Carlos Solchaga y el propio Felipe González. Por aquella época, se casó con la escritora uruguaya Carmen Posadas.
Mariano, a secas, como se le conocía en el mundillo financiero, parecía un hombre de carácter agrio, aunque sus amigos, y contaba con muchos muy fieles, le definían como una persona afable y cariñosa. Transmitía, sobre todo en sus comparecencias públicas, un aire de desgana que crecía con su manía de comerse algunas vocales o acabar las frases con una característica carraspera, probablemente fruto de una profunda timidez. Pero eso no le impedía lanzar mandobles a un lado y al otro del mostrador. A los bancos, que supervisaba, y a los Gobiernos, a los que advertía seriamente de las desviaciones de la inflación, una de sus obsesiones más naturales. Los banqueros, tenían el corazón dividido: le apreciaban y, al mismo, tiempo le tenían un miedo cerval. Y los políticos le guardaban un profundo respeto, que únicamente cambió, para algunos, tras verse salpicado por el asunto Ibercorp.
Por sus manos pasaron algunos de los secretos mejor guardados del sistema financiero español y muchas decisiones de suma trascendencia. Cambió presidentes de grandes bancos, intervino activamente en algunas fusiones y en evitar otras que caminaban por ese camino. Sin temblarle el pulso.
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