Pujol: magia y transformismo JOAN SUBIRATS
Es innegable la gran voluntad de supervivencia del avezado líder convergente. Si en anteriores campañas le bastaba con jugar con maestría sus habituales armas de mesianismo y victimismo, en la actual confrontación electoral sus piruetas demuestran que estamos en una situación límite. Después de negar reiteradamente el pan y la sal a unos ayuntamientos percibidos como enemigos de su peculiar visión de construcción nacional, se presenta en estas elecciones ofreciendo competencias en educación primaria a unos gobiernos locales a los que hasta ahora sólo les tocaba el honroso papel de sufragar los gastos de mantenimiento de sus escuelas. No contento con discutir cada peseta para los transportes metropolitanos de la conurbación de Barcelona, y después de marear la perdiz con tranvías y metros ligeros, ante la noticia de que Madrid en cuatro años ha inaugurado seis veces más kilómetros de metro que Barcelona, se erige en protagonista de un anuncio a toda página (pagado por la constructora) en el que se informa de que la estación de Trinitat Nova se ha acabado. Después de años de sermonearnos diciendo que deberíamos tener más hijos, pero negando sistemáticamente cualquier ayuda específica para los hombres y mujeres que querían hacerle caso pero también querían trabajar, nos sale ahora con que en los próximos cuatro años creará 30.000 plazas de guardería. Mientras que en estos años el Departamento de Educación de la Generalitat ha pasado a los anales de la historia de las organizaciones como el ejemplo más increíble de obsolescencia burocrática y centralista, donde en vez de decidir políticas el tiempo se emplea en pagar la nómina directamente a 30.000 maestros, ahora nos anuncia a bombo y platillo que va a revolucionar el mundo de la enseñanza si le dejamos seguir otros cuatro años. Donde la cosa tiene ya ribetes tragicómicos es en lo que respecta al modelo organizativo de la Generalitat. Pujol se pasea por el mundo como el adalid de la descentralización y de la autonomía. Pero en estos 19 años ha construido una organización que destaca por un nivel de centralismo con difícil parangón en la Europa actual. Las delegaciones territoriales de la Generalitat (por cierto, cada departamento ha decidido crear sus propias divisiones del territorio catalán) son meras ventanillas de tramitación de papeles. Su capacidad de decisión es cero. En los discursos se habla de acercar la escuela al mundo de la empresa, o de la importancia de la atención primaria en salud, pero los ayuntamientos se ven sistemáticamente marginados de cualquier intervención en esas cuestiones, mientras que los delegados territoriales se encogen de hombros cuando se les pregunta cuál es su papel. En el fondo, parecen trabajar más de guardianes de las esencias que de representantes del territorio. Lo que Pujol no deja de reclamar en Madrid debería aplicárselo él mismo. Su nacionalismo radical hacia el exterior se convierte en jacobinismo integral cuando se trata de la organización interna de Cataluña. Pujol no cesa de recordar a las empresas la importancia de ser competitivos. Lanza mensajes en que nos invita a modernizar nuestras estructuras productivas y comerciales. Las nuevas tecnologías ocupan buena parte de sus actuales reflexiones. Pero, una vez más, debería predicar con el ejemplo. La Generalitat mantiene estructuras de funcionamiento en las que se han aprovechado muy poco las potencialidades de simplificación burocrática que ofrecen los modernos sistemas de información. Podemos comprar entradas para espectáculos en cualquier servidor de las cajas de ahorro, podemos realizar trámites por teléfono o Internet que antes requerían largas colas y papeleo en universidades y ayuntamientos, pero la Administración catalana sólo ha avanzado en hacer más agradables las salas de espera y en repartir números a los que pacientemente pretenden ser atendidos. La última sorpresa me la he llevado después de comprobar que la propia Administración que autorizó la apertura de grandes superficies comerciales se muestra ahora escandalizada cuando algunas de ellas deciden unirse. Podríamos ir multiplicando los ejemplos. No se trata de ningún "váyase, señor Pujol". No creo que nadie que sustituya, en su caso, al actual presidente de la Generalitat pueda resolver estos problemas en un abrir y cerrar de ojos. Pero sí me gustaría que, de producirse ese cambio, el nuevo presidente de la Generalitat destacara por su capacidad de autocrítica, y no por su capacidad para transformarse y ofrecer mágicas soluciones repentinas a problemas que han esperado mucho más de una década a ser afrontados. Quizá sea por su propia vergüenza en decir las cosas que dice por lo que en su cartel electoral es el único candidato que no nos mira directamente a los ojos. Su rostro, mientras mira hacia nuevas cimas que conquistar, luce esa sonrisa múrria en la que nos promete cuatro años más de magia y transformismo.
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