Advertencia austriaca
Los resultados de las elecciones legislativas celebradas ayer en Austria no son una sorpresa, pero sí una seria advertencia. Los dos grandes partidos que han protagonizado la vida política austriaca desde el final de la II Guerra Mundial y que gobiernan juntos desde hace 13 años -los socialdemócratas del SPÖ y los cristianodemócratas del ÖVP- han sufrido un serio revés. Los primeros han perdido en torno al 5%, lo que puede calificarse de gran fiasco. Los conservadores, que en principio parecían los más amenazados, pierden sólo algo más del 1%.Pero estas elecciones no serían noticia por los vaivenes entre los dos grandes partidos tradicionales si no coincidieran con el indiscutible éxito del FPÖ, supuesto partido liberal tras cuyas siglas se esconde un proyecto caudillista, antiliberal y xenófobo que lidera Jörg Haider. El partido de este dotado populista y demagogo se ha convertido ya -tras el recuento del 28% de los votos emitidos- en la segunda fuerza política de Austria. Es sin duda preocupante que, en un país como Austria, ciertos lemas del FPÖ que nadie ha osado utilizar desde 1945 -por su obvia y directa vinculación con el nazismo- tengan tanto éxito hoy. La obscena utilización de la xenofobia y los miedos ante la modernización que ha propalado el FPÖ son condenables en sí. Pero los partidos democráticos tradicionales tienen que hacer una seria reflexión sobre su incapacidad de dar respuesta a estos miedos de gran parte de la sociedad austriaca que votaba a los socialistas y a los cristianodemócratas.
Las grandes coaliciones suelen suponer un peligro al primar a una oposición que habitualmente aterriza en la retórica antisistema. Pero fue precisamente la aparición de Haider, su asalto al poder en el antiguo partido liberal (aliado del SPÖ desde que el legendario líder socialista Bruno Kreisky perdió la mayoría absoluta) y su discurso siempre hostil a los principios antifascistas de la República de Austria lo que llevó a los dos partidos tradicionales a unirse en una coalición. Este pequeño país centroeuropeo tiene unas cifras macroeconómicas excelentes, una red social sin muchos competidores en Europa y unos niveles de bienestar general envidiables. Y, sin embargo, cuatro años después de ingresar en la UE, más de una cuarta parte del electorado vota a un partido que es hostil a todo lo que la Unión Europea significa. Haider no es un chovinista primario como Le Pen en Francia. Es un líder joven que mezcla sus mensajes en contra del anquilosamiento de las estructuras políticas y sociales austriacas de posguerra con guiños muy evidentes a los más bajos instintos de una población a la que no le gusta nada que se le recuerde el pasado de pobreza y de complicidad con los más trágicos sucesos de este siglo causados por el nazismo. Ahora, el canciller socialdemócrata Viktor Klima y sus socios cristianodemócratas de coalición tienen una muy difícil tarea, que es la de decidir si su alianza sigue siendo viable tras estos resultados. Si es arriesgado gobernar contra Haider, lo es tanto gobernar con él. Austria sufre un éxito de las fuerzas sociales que temen la adaptación a las nuevas condiciones de la globalización y la desaparición de las fronteras con el este de Europa. Los temores son comprensibles. Pero corresponderá a los demócratas austriacos -que son inmensa mayoría- y a los europeos en general demostrar que son falsas las soluciones simplistas y los llamamientos a volver a la tribu.
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