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Igor González de Galdeano

De Igor y Álvaro González de Galdeano se tenía constancia pública cada vez que la competición llegaba a Vitoria o pasaba por la capital alavesa. Entonces uno u otro, o los dos a la vez, emprendían la aventura con esa vocación natural de los ciclistas por ganar en su pueblo o en el del patrón. Los integrantes del pelotón ciclista conocen la procedencia de los equipos y de la mayoría de los integrantes y conocen de antemano las complicaciones que el lugar de nacimiento de un corredor o la sede de su equipo les van a proporcionar. En el caso de los hermanos Álvarez de Galdeano, siempre se producía en Vitoria. El equipo Euskadi, su colectivo antes de pasar al Vitalicio, alentaba la escapada, que generalmente se producía sin éxito, pero con la exquisitez que produce ver correr a los rodadores de prosapia. La última vez que Igor, cuando era un plebeyo en el pelotón lo intentó, le robó la victoria Duclós Lasalle, otro rodador de tronío que le doblaba la edad. Pero en el caso de los hermanos González de Galdeano, el gusto por la aventura y la escapada les viene de antiguo. Desde que corrían como aficionados en el Banesto tienen fama de ciclistas pestosos, una expresión despectiva que los corredores aplican por igual a las carreras o a los compañeros que provocan dificultades. Igor y Álvaro eran fuguistas profesionales. Y como quiera que habitualmente no llevaban a buen puerto la escapada, el pelotón se reviraba contra su actitud y les ninguneaba o afeaba su devoción por el trabajo propio y ajeno. Probablemente, ésta, entre otras situaciones, han tallado la personalidad de Igor González de Galdeano, el último descubrimiento del ciclismo español, tras la Vuelta a España. Lo suyo ha sido siempre un asunto muy circunstancial, una prueba de esfuerzo y de oficio permanentes que examinaba su vocación en asuntos coyunturales, pero definitivos en el período formativo. De salida, su hermano mayor (Álvaro) era el bueno. A Igor la vocación se le produjo de forma tardía, a los 13 años, cuando al fin decidió colgar los aparejos de pesca y subirse encima de una bicicleta para seguir la rueda de su hermano. Cuando llegó al equipo, ya se habían repartido los maillots y tuvo que correr con una camiseta blanca como única indumentaria. El asunto no le afectó. Lo suyo era la capacidad de sacrificio. Los médicos Guillermo Cuesta y Sabino Padilla tuvieron los primeros datos cuando le realizaron, siendo juvenil, la primera prueba de esfuerzo. Casi rompe el aparato. La conclusión médica fue que debía administrar sus capacidades físicas para no agotar tempranamente sus posibilidades. Pero Igor González de Galdeano no despuntaba y el Banesto no quiso promover su salto al profesionalismo. El Euskadi le acogió como un rodador solvente y con el equipo vasco acumuló algunos éxitos en Portugal, en la Vuelta a los Valles Mineros, en la Clásica de Sabiñánigo o en la Vuelta a Galicia. Seguía siendo un ciclista portentoso, algo lejano a la finura que se adivinaba en su hermano Alvaro, un elemento del pelotón con dificultades para aceder a u estrellato dominado entonce por Miguel Induráin y Abraham Olano. Su fichaje por el Vitalicio fue un caso más de mercado ciclista, sin más interés que los cambios de nómina habituales cada año. Allí tropezaba con ciclistas de prestigio como Santi Blanco o Ángel Casero, y su vida parecía relegada a un papel secundario. La sorpresa volvió a juguetear con él cuando se enteró en el coche de su director, Javier Mínguez, de regreso al hotel, que había ganado la etapa prólogo, prevista para el triunfo de Olano o Zulle. La bicicleta de un aficionado le permitió llegar a tiempo al podio para enfundarse el maillot de líder. Entonces nació un nuevo ciclista. Después, con la exibición en Arcalís surgió el nuevo descubrimiento del ciclismo español. Igor González de Galdeano es la tercera vía entre Induráin y Abraham Olano: un rodador corpulento que salva la montaña con autoridad y que debe afilarse aún más perdiendo algunos kilos. Pero sobre todo, Igor propone un liderazgo social distinto: un estudiante del IVEF, afable, dicharachero, extrovertido. Un producto asequible a la mercadotecnia social, muy distinto a la habitación cerrada de ciclistas como Induráin, Olano o Ulrich. De paso, Vitoria culmina su trinidad deportiva. Martín Fiz y Juanito Oiarzabal ya tienen compañía.

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