Ullrich no encontró rivales
Ígor González de Galdeano, doblado por el alemán casi a mitad del recorrido de la última contrarreloj, acusó su inexperiencia
Jan Ullrich no tenía necesidad de ser implacable aunque, por un momento, lo pareciera. Suya era la contrarreloj casi antes de tomarse la salida, suya la Vuelta, suyo el segundo éxito en su joven y peculiar carrera deportiva. No tenía más enemigos que Zülle o Vandenbroucke, y no lo fueron. No lo podía ser Ígor González de Galdeano, por mucho que le calentaran la cabeza a su alrededor. La contrarreloj es una especialidad, uno de los aspectos más científicos del ciclismo: se es especialista o no se es, como pueda ser el caso del Chava Jiménez, no importa que el trazado de la etapa pase por su pueblo, que ni por esas es capaz de hacer una buena actuación. La contrarreloj no admite los vaivenes del destino. Y dentro de los especialistas, los hay de reconocida valía, que es el caso de Ullrich, que no lo es todavía el de Ígor. Esa distancia que obra en los papeles se puso de manifiesto con más rotundidad de la prevista entre El Tiemblo y Ávila: Ígor salió hecho un manojo de nervios, tirando por la borda los segundos a cada kilómetro. No tuvo reparos el español en manifestar en la meta que habían sido los "peores 46 kilómetros de su vida".No había emoción posible, porque este tipo de corredores no perdona cuando llega su momento. Toda la contabilidad del alemán para defender su liderato descansaba en la contrarreloj, que le permitiría cuadrar los números ante cualquier eventualidad. Esa circunstancia no se produjo y el líder pudo concentrarse en su objetivo en la seguridad de que el triunfo final ya no estaba en cuestión. Saltó tranquilo de la rampa de salida, tomó en poco tiempo el ritmo adecuado y pronto se percató de que las referencias le apuntaban como ganador de la etapa. Aún así, tuvo tiempo para marcar los límites del terreno de juego en el que actua, un nivel superior, muy lejano de quienes habían estado combatiendo contra él.
Al primer tercio del recorrido, vio la figura de Ígor González de Galdeano frente a sí, pero no hubo ensañamiento de su parte. Ya hacia el final tomó las riendas del Chava Jiménez, con quien no se detuvo un momento. Luego, le faltaron algunos metros para hacerse con Roberto Heras, que parecía estar haciendo su mejor contrarreloj. El destino evitó que Ullrich no sobrepasara al completo de sus acompañantes en el podio, lo que habría resultado todo un récord. Así estuvo a punto de ser sin haber estado en juego el mejor Ullrich posible, el que a todos asombró en el Tour, el muchacho alemán que se anunciaba como sucesor de Induráin.
A primera vista, no hizo falta esperar a la primera referencia, una referencia oficiosa instalada en el kilómetro nueve. Era el propio Javier Mínguez quien delataba, a través de las ondas radiofónicas, que su corredor había salido nervioso, que no lo estaba haciendo bien. Esa referencia valía más que cualquier otra: nada mejor que el olfato de Mínguez para darse cuenta de que el milagro que algunos anunciaban no era posible. No lo era por muchas razones, no lo era también porque Ígor estaba por debajo de su rendimiento normal. El corredor aceptó de muy buenas maneras la situación y explicó su falta de experiencia y los nervios que agarrotaron su contrarreloj.
Lo estúpido es que Ígor estuvo mal aun estando en una situación relativamente cómoda: lo tenía todo ganado y no podía perder nada; su segundo puesto en esta Vuelta no estaba discutido por nadie.
Ígor hizo peor tiempo que Zülle y Vandenbroucke, a pesar de que ambos no estaban especialmente motivados, pero esa circunstancia entraba dentro de lo razonable. Lo peor fue que Ígor estuvo por debajo de Roberto Heras, cuando existe una diferencia de calidad estimable entre ambos en esta especialidad. Puede que Ígor tuviera menos reservas de las exigibles para esta etapa, hecho que niegan en su entorno. Puede también que terminara cayendo en la trampa que le habían puesto cuantos le calentaban los oídos a cuenta de hacer juegos florales con los segundos que le separaban de Ullrich, segundos que unos veían como una nimiedad, segundos que eran un abismo dada la categoría de uno y otro, dada la experiencia que tiene uno respecto del otro, no importa en este caso la diferencia de edad, que no es tal puesto que pertenecen ambos a la misma generación, la del 73. Lejos de hacer su contrarreloj, la apropiada a su cuerpo y sus condiciones, Ígor pareció querer ir más allá, tan lejos que tomó la salida bloqueado, que hizo torcer el gesto a Javier Mínguez nada más dar cuenta de las primeras curvas.
Sin emoción
No había emoción posible, no había material humano disponible para contestarle a Ullrich. Tal fue el caso de Zülle, que arrancó mal, sufrió durante toda la primera parte del recorrido, y sólo pudo rehabilitarse al final, donde logró sujetar las diferencias. Pero Zülle era la mejor prueba de las condiciones en que se disputaba la contrarreloj: estando mal, fue el segundo.
El anecdotario del día quedó supeditado a Roberto Heras, que salió ayer a la carretera dispuesto a dos cosas: una, a defender su suerte ante Tonkov, a mantener su puesto en el podio de Madrid. La segunda tenía un carácter inconfesable: superar al Chava Jiménez según pasaban por su pueblo, El Barraco, engalanado para el momento, entregado a su corredor. Se multiplicaban las pintadas a su favor, los carteles que le proclamaban como campeón, como número uno, como el más grande pese a quien pese. No era un buen trago para Chava pasar al lado de casa con esa bicicleta que tanto odia, que le disuade nada más verla. Chava pasó por su pueblo con todas las referencias en estado de alarma, pero sin que nadie se preocupara especialmente a su alrededor. Por detrás le perseguía con ganas Roberto Heras, que casi logró ambos objetivos: fue mejor que Tonkov y superó a Jiménez. No exactamente en su pueblo, sino algo más adelante.
La contrarreloj no tuvo más contenido. La disputaba Ullrich. Con eso estaba todo dicho.
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