Ibarretxe se explica
EL 'LEHENDAKARI' se proponía convencer a los partidos vascos, según el avance de su discurso remitido a los grupos parlamentarios, de la necesidad de comprometerse en la tarea de "afrontar en profundidad las cuestiones fundamentales que se encuentran en el origen de nuestros problemas de convivencia y normalización". Para ello "es necesario desarrollar un debate con mayúsculas". Concretando todavía más, ayer dijo que "sólo hay una manera de resolver los problemas: arreglándolos".La "nueva etapa" que desea Ibarretxe pasa por la constitución de un foro de debate que supere tanto el de Ajuria Enea como el de Lizarra, y en el que "se hable sinceramente", tratando de "ensanchar los consensos existentes en materias como identidad nacional, territorialidad o autogobierno". Ibarretxe es más bien un gestor, pero las circunstancias le han llevado a tener que lidiar con temas muy políticos, que no domina. Ello le ha hecho aparecer con frecuencia como un mero transmisor de la opinión de los ideólogos de su partido. El resultado es un lehendakari que transmite impresiones y sentimientos fácilmente compartibles, pero tiene dificultades con los argumentos. Sobre todo por su tendencia a presentar como evidencias indiscutibles lo que no son sino lugares comunes popularizados por un sector de su partido.
Nadie cuestiona su buena voluntad al tratar de asociar a todos en un foro común, pero no es cierto que exista un debate "pendiente desde hace un siglo" sobre autogobierno, soberanía y territorialidad. Ese debate no ha dejado de desarrollarse de distintas maneras, demostrando que no todos los vascos tienen la misma opinión sobre esas cuestiones. Muchos ni siquiera piensan que sean problemas acuciantes. Considerar que una de las bases del nuevo consenso pueda ser el reconocimiento de "la existencia de Euskadi o Euskal Herria como una realidad histórica y cultural común" es poco realista: ni siquiera en su partido hay pleno acuerdo sobre cómo traducir eso políticamente.
La idea de un foro "sin exclusiones ni vetos" suena bien, pero no deja de plantear problemas. Hay que argumentar por qué el debate no puede hacerse en el Parlamento vasco, por ejemplo. Si se trata de contar con un foro que no decida por mayoría, sino por mutuo consentimiento, eso es -o era- la Mesa de Ajuria Enea. La novedad es que ahora se plantea incluir en el acuerdo a HB. Es un motivo poderoso, pero no parece descabellada la pretensión de las fuerzas no nacionalistas de condicionar su presencia junto a EH/HB a que esta formación condene al menos, si no es capaz de impedir, las agresiones de los encapuchados.
Ampliar el consenso es conveniente, pero sin coacciones. Ibarretxe tiene razón en desvincular la paz del proceso político, pero la idea de que existe una insatisfacción mayoritaria con la autonomía es nueva en el nacionalismo: sobrevenida a causa de que ETA hizo depender la tregua de la aceptación por los partidos nacionalistas de su opinión al respecto. Ibarretxe intentó compaginar la defensa del marco existente con su cuestionamiento, y el resultado fue confuso. La idea de que España y Francia deben convalidar lo acordado en el ámbito vasco de decisión, por ejemplo, no es una evidencia, sino una opción ideológica discutible.
Incluso dentro del nacionalismo. El ex lehendakari Ardanza cuestionaba ayer en una entrevista una estrategia orientada a competir con HB en radicalidad, abogaba por un regreso al "talante abierto, pactista", y se preguntaba si tiene sentido hacer planteamientos soberanistas en "Iparralde -País Vasco francés-, en Navarra o en la propia Araba". Lo cual es una forma de reconocer que a más soberanía, menos territorialidad: una Euskadi más pequeña.
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