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Una Europa olvidada

JOSU BILBAO FULLAONDO Por la oferta que se observa últimamente en galerías y museos parece que el interés por la expresión fotográfica alcanza cada día mayor relevancia. Se trata, en todos los casos, de autores con gran prestigio internacional que ofrecen un menú variado del género. La sala de exposiciones de las Juntas Generales de Vizcaya, en la calle Hurtado de Amezaga, presenta el trabajo titulado Del Este al Oeste. Con austeridad minimalista en su presentación, todo en blanco y negro, es obra de seis autores que, por iniciativa del Centre Georges Pompidou en París, y para conformar esta muestra, ahora en Bilbao, recorrieron en 1994 con aguda mirada una parte de nuestro continente. Países como Hungría, Polonia o Rumania están dentro del circuito. No hay grandes monumentos ni personajes. El denominador común se establece en una mirada sobre aspectos de la vida cotidiana. Una recuperación de la belleza plástica en los gestos sencillos. Pueblos, campos y gentes con marcado tinte rural son los protagonistas. Apartados de la dinámica industrial, de las catedrales del consumo, mantienen con tesón la serenidad de espíritu. Se trata de un mundo sencillo que, en la sombra, parece querer vivir al resguardo de cámaras alborotadoras y ojos indiscretos. Bulgaria la retrata Anthony Suau. Los labradores siembra en las superficies aradas que rodean al pueblo perdido al fondo. Un autobús sale del campo de la imagen por la izquierda y deja en la carretera una mesa solitaria con dos botellas. Con cierto tono dramático, donde sin duda colabora el blanco y negro, las escenas están cargadas de soledad y olvido. Son búsqueda de significados más profundos en los que domina cierto tremendismo. Paulo Nozolino se encarga de Polonia. Mantiene una trayectoria similar. En la carretera el tiro de un caballo se acerca a la cruz clavada en el arcén. Los recién casados son felicitados por sus amigos a la salida de la ceremonia. Klaudis Sluban recorre Albania, Macedonia y la región de Kosovo. La tensión humana la presenta a través del escaparate de una panadería al que mira una niña con fijeza. En Eslovaquia, la foto de un tranvía realizada por Stéphane Duroy, señala una forma de vida que a través de unos cristales empañados deja ver pequeños detalles. Rumania es para Yvon Lambert y es capaz con sus tomas de plantear una cascada interminable de interrogantes. Finalmente, la mexicana Graciela Iturbide, experta en conjugar arte moderno y riqueza de pensamiento, remata en Hungría el sentido humanístico que se desprende de todo el recorrido común. Con la perfección del circulo que una bandada de ocas forma bajo un árbol incorpora cierto toque irónico. Sus dos viejos violinistas, en primer plano, interpretan un aire musical latente en toda la escena que embarga el conjunto de imágenes expuestas. Se trata de un trabajo excelente, realizado con profesionalidad, ternura y animo de compromiso. Un estilo documental que no precisa de escenas que rompan lo cotidiano. Alejado de formas y acontecimientos excepcionales, es capaz de generar interés a partir de unos aromas íntimos que se elevan con suavidad a la conciencia. Sin regodeo en la miseria morbosa, con el orgullo que emerge en la humildad de las personas laboriosas, las 64 fotografías son documentos perennes de uno de los patios traseros de una Europa que se muestra boyante, orgullosa de su riqueza y bienestar. En una realización a flor de tierra, sin grandes alharacas técnicas, los fotógrafos han aproximado su mirada al sujeto para establecer lazos de comprensión solidaria, para trasladar con mayor viveza su experiencia a los espectadores. Un trabajo con una carga simbólica considerable, extraída de los aspectos rituales que subyacen en la vida cotidiana. De ahí su fuerza e impacto. Antropología y poesía unidas para la ocasión. Tan solo emborrona el espectáculo la ausencia de un folleto informativo y la despreocupación por los organizadores locales que permiten tener de la obra, en algunos casos, tirada por el suelo.

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