Un congreso de "vergüenza y dolor"
El congreso extraordinario que iniciaron los socialistas el pasado sábado a las 10 horas -bajo el paradójico lema de Units per a guanyar el futur- concluyó pasadas las seis de la madrugada del domingo. Casi con toda seguridad éste ha sido el cónclave del socialismo valenciano más doloroso para sus militantes. El cónclave tenía como único objetivo elegir una nueva dirección que acabase con la provisionalidad de una gestora cuya gestión será también difícil de olvidar. La resolución política aprobada, con llamadas genéricas a la unidad y críticas reiteradas a la derecha, fue sólo un barniz para dotar de contenido a un congreso que sólo tenía que elegir a sus dirigentes. Durante las cerca de 22 horas que duró el congreso los delegados fueron pasando de la tensión a la indignación y a la vergüenza. Los pocos invitados que acudieron -dirigentes sindicales y miembros de algún que otro partido político- no podían dar crédito a lo que veían. El congreso estaba a expensas de lo que negociasen sus dirigentes. El curso de los acontecimientos hizo que algunos de los delegados abandonasen el cónclave hartos de esperar una solución, pero muchos otros optaron por pasar la noche durmiendo en las incómodas butacas diseñadas para oír conferencias. A medida que pasaron las horas, la indignación fue creciendo. Los delegados corearon palmas pidiendo una solución que no llegaba. Pasada la medianoche del sábado, unos pocos militantes habían roto ya su carné y otros se contenían la rabia pensando en el espectáculo "de vergüenza" que estaban retransmiendo las emisoras de radio y televisión. A las dos de la madrugada del domingo, Ciscar salió de su despacho para pasear con Antoni Asunción en busca de una última solución a la desesperada. El secretario de Organización del PSOE sólo se atrevió a articular la frase: "Vamos a dar un paseo". Mientras un grupo de delegados encolerizados gritaban: "Sinvergüenzas. No dan la cara. Se van por la puerta de atrás". Ciscar, al que horas más tarde pedirían la dimisión a grito pelado en los pasillos, ya no volvió a comparecer. Las heridas de los militantes socialistas sangran ahora en las casas y en las calles. "Con qué cara me voy a cruzar ahora con mis vecinos a los que pedí el voto", gemía una socialista.
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