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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Despliegue en Timor

LA PRÓXIMA llegada a Timor Oriental de una fuerza auspiciada por la ONU y encabezada por Australia suscita casi tanta inquietud como esperanza. Los soldados internacionales, cuya avanzadilla pondrá pie en la fantasmal Dili este fin de semana, llegan cuando el Ejército y los milicianos indonesios han hecho el grueso de su macabro trabajo de exterminio. Organizaciones humanitarias estiman, conservadoramente, en 7.000 los muertos y en 200.000 los huidos en el territorio poblado por 800.000 personas que Yakarta se anexionó brutalmente en 1975. Pero el despliegue de los 8.000 soldados previstos -forzado por las potencias internacionales con amenazas a Indonesia de represalias económicas y diplomáticas o el banquillo para los criminales de guerra- representa la única posibilidad de que los martirizados timorenses puedan organizar su minúsculo país y lograr la independencia, por la que votaron abrumadoramente el 30 de agosto.La fuerza internacional sólo será eficaz si su mandato, previsiblemente largo, es lo suficientemente enérgico como para neutralizar sin contemplaciones a cualquier miliciano o soldado indonesio que amenace su cometido. Yakarta ha anunciado que comenzará a retirar sus tropas, 20.000 hombres oficialmente, en cuanto lleguen a Dili los primeros contingentes de la ONU. No son muy creíbles a estas alturas los militares indonesios, que han organizado, suministrado la logística y participado de las bandas de pistoleros que han saqueado Dili, y asesinado masivamente a los independentistas en estas dos semanas. Pero, además, las fuerzas aliadas necesitan imprescindiblemente de su cooperación. Sin ella, los soldados internacionales tendrán que actuar en Timor Oriental de forma parecida a la OTAN en Kosovo o Bosnia; algo para lo que presumiblemente no está preparada una fuerza heterogénea y reunida contrarreloj. Más aún, los comandantes aliados temen abiertamente operaciones clandestinas por parte de las fuerzas epeciales indonesias.

El Consejo de Seguridad no puede estar interesado en desestabilizar Indonesia, el cuarto país de la tierra, con 200 millones de habitantes y en camino de restablecer su economía y salir de una dictadura de décadas. Pero la intervención en Timor va a ser una prueba de fuego para la desacreditada ONU, con la que Yakarta ha prometido de mala gana cooperar. Naciones Unidas nunca ha reconocido la soberanía indonesia sobre la disputada provincia, pero, a la postre, no ha evitado un baño de sangre tras un referéndum sobre el que ofreció garantías. Occidente deberá demostrar en Timor qué grado de firmeza está dispuesto a aplicar en la solución justa de algo que nunca debió permitir que ocurriera.

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