Su risa
Todo en ella era especial y se podrían contar mil cosas sin llegar a definirla, por eso le he dado muchas vueltas a esa risa suya perdida y sobre la que un amigo común, con los ojos brillantes por la emoción, me pidió que escribiera. Muchas vueltas sin saber empezar ni poder decidirme hasta que tuve la suerte de comenzar a leer Ni Oriente ni Occidente, en donde Antonio Zoido, viajando al centro de la cultura andaluza, me ha dado sabias pistas a las que agarrarme para no resbalar. Dice el autor que aunque descubramos la relatividad del valor de lo nuestro, queda un sentimiento homogéneo y "los apegos en derredor de la memoria". Y guardo en la memoria de su risa un sentimiento muy andaluz y muy de Sevilla: de desgarro y de diversión al mismo tiempo. Según Antonio Zoido, durante cientos de años, la realidad ha sido aquí completamente irreal y tan cotidiana como la respuesta que cita el autor de Belmonte, cuando Valle-Inclán le dijo que para llegar a la cima del toreo sólo le faltaba morir en la plaza: "Se hará lo que se pueda, don Ramón". Así ocurría también con sus respuestas y con su risa, real como el vivir, sonora como el valor y abierta como el presente; aunque surgiera del recuerdo o del proyecto, siempre cobraba valor de ahora, de inmediatez, sobrecogiéndote con la crudeza de lo inevitable, la inteligencia del sentido del humor y la irrealidad del inasible presente. Y reías con ella, y reías. Ya fuera con anécdotas, con ocurrencias, con enfados o protestas, acababa inundando de risa la hondura toda de su propio drama. Riéndose porque tenía ganas y le gustaba, o por la gracia, o por la risa que provocaba, o porque así es la mejor manera de cubrir de irrealidad las penas y las tragedias. Una de las mejores cualidades que podemos tener los humanos es una buena risa, pero no es fácil conseguirla: hay que desearla, sentirla, entregarse a ella sin recelos y practicarla y provocarla y contagiarla. Las hay muy variadas, casi tantas como personas: en cualquier lugar se oyen destempladas, gélidas, lloronas, temblorosas, graves, calladas, histéricas, escandalosas e incluso bonitas, pero sólo esporádicamente surge alguna indefinible, de las que no se olvidan, como la de Esperanza.BEGOÑA MEDINA
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