Crédito y descrédito de la realidad PEP SUBIRÓS
Fiel a las normas de estilo de la casa, la campaña electoral que viene siendo desarrollada por Jordi Pujol y allegados podría llevar por título el de uno de los libros básicos de Joan Fuster: El descrédito de la realidad. Claro que las coincidencias con Fuster acaban ahí, en la paradoja del título. Fuster se refería al arte contemporáneo, a su rechazo crítico hacia las formas figurativas de representación de "lo dado", a su apertura hacia otras dimensiones de la realidad, en busca de las estructuras y los movimientos de fondo que subyacen tras las apariencias cotidianas. En el caso de Jordi Pujol y aliados, la cuestión es más bien la contraria. Es la de rechazar como inexistentes o irrelevantes todos aquellos aspectos de la realidad que no les convienen. Es la de descalificar como carentes de fundamento o simplemente malévolas todas aquellas lecturas de la realidad que no se ajustan a su guión. Es incluso la de considerar como ofensivas e intolerables constataciones de facto como la de Aznar al decir que "Pujol lleva 20 años gobernando y eso es mucho tiempo". Es también la de crear imágenes con las que ocultar las evidencias más palmarias. Por ejemplo, decretar un aumento misérrimo de las pensiones o una rebaja selectiva de algunos peajes cuando la Generalitat se halla al borde de la quiebra. Por ejemplo, subir al Aneto para demostrar que, en palabras de Pere Esteve, "en política el tiempo no importa" cuando, si algo es importante en política, es el tiempo. Sin que nada de todo ello tenga que ver con el calendario electoral, por supuesto. En este duro empeño de ocultamiento y mixtificación de la realidad, Pujol tiene aliados poderosos, aunque problemáticos. Así, en una reciente entrevista Francisco Álvarez Cascos nos informaba de que "CiU representa un proyecto de progreso porque apoya al PP, que es el elemento determinante", mientras que con una victoria de Maragall "ese proyecto de progreso se quebraría". Vale. En todo caso, y al margen de estas sintomáticas ayudas, uno de los elementos que han caracterizado y siguen caracterizando la estrategia y el estilo de Pujol y de CiU es la descalificación de la crítica como mecanismo democrático. Es tristemente famosa la ocasión en que la mayoría de CiU convirtió en una felicitación al Gobierno lo que inicialmente era una censura por la ineficacia mostrada ante los incendios que asolaron miles de hectáreas hace dos años. En este sentido, y más allá de la escena política inmediata, una de las herencias más graves de Pujol -además del desbarajuste territorial y medioambiental o del tremendo endeudamiento de la Generalitat- será, sin duda, el empobrecimiento que la cultura catalana ha experimentado bajo un Gobierno para el que la crítica ha sido estigmatizada como un acto de traición a la patria. Cuando, en realidad, sin una cultura crítica la democracia cojea gravemente. Para decirlo en palabras del crítico de arte nigeriano Olu Oguibe, largo tiempo exiliado de su país: "La libertad y la voluntad de cuestionar, de poner en duda, de admitir la posibilidad de alternativas, de evaluar lo existente y, con ello, de descubrir puntos fuertes y puntos débiles, de proponer cambios, éstos son
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