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Nacionalismo cosmopolita XAVIER BRU DE SALA

Nacionalismo y cosmopolitismo parecen en principio términos antitéticos. Para acceder a la sublime categoría de cosmopolita, primero hay que sublimar los impulsos arcaicos y las miradas exclusivistas que están en los orígenes del nacionalismo (pero no en todas sus formas contemporáneas). Las sociedades cosmopolitas no están regidas por nacionalistas exacerbados y es, en cambio, grande el número de nacionalistas en situación de poco o mucho poder que, con argumentos opresores o liberatorios, añaden muerte y destrucción al debe planetario. El cosmopolita, al contrario, ha asumido los principios democráticos y la más estricta observancia de los derechos humanos. El cosmopolita no corre, ni mucho menos, el mismo riesgo de caer en fanatismos que el nacionalista. ¿Puede entonces un nacionalista ser al mismo tiempo cosmopolita? Creo que sí, si cumple las siguientes condiciones: 1) velar en todo momento por el estricto cumplimiento de los derechos individuales y colectivos de las minorías en el interior de su propia nación; 2) anteponer de entrada el individuo al grupo y el grupo pequeño al grande en caso de conflicto; y 3) no temer el mestizaje cultural. En mi opinión, es perfectamente posible, además de deseable, cumplir con los objetivos de defensa de la propia identidad, de autogobierno y desarrollar una cultura autóctona desde una asunción de las condiciones cosmopolitas. Sólo hace falta el valor que proporciona la confianza en la fortaleza y la capacidad de adaptación de la realidad nacional que se trate de preservar. El cosmopolitismo de los grandes puede ser, por su parte, una forma de nacionalismo dominante que sustituye el que en otros tiempos fuera el trabajo sucio de la asimilación por el ninguneo y el avasallador argumento del propio peso. ¿Se podría hacer algo para evitarlo? Naturalmente. Ya que de refinamientos civilizatorios hablamos, deberían establecerse o consolidarse perímetros protectores de seguridad para que el grupo minoritario se sintiera menos amenazado por las dimensiones del mayoritario. Aquí, el objetivo de la nación cosmopolita en situación de mayoría es cambiar su papel de amenaza por el de cooperante. También puede no hacerlo, pero entonces no será un cosmopolitismo a secas, sino un cosmopolitismo nacionalista (algo menos apreciable, por ser más evitable y por las injusticias que comporta, que el nacionalismo cosmopolita). También es nacionalista, y no veo cómo podría dejar de serlo, el esfuerzo de los países cosmopolitas por mantener intactas sus identidades respectivas, a las que ven amenazadas por el proceso de globalización. Cuando el Estado pierde capacidad de reunir, la nación debe fortalecerse para compensar, piensan en Europa incluso los más cosmopolitas. ¿Se trata de un peligroso error? Sólo si dejan de cumplirse las tres condiciones especificadas. Sólo si la receta autoadministrada se prohíbe a los demás. Cuando hablamos de nacionalismo, podemos referirnos a cuatro tipos de realidades bastante diferenciadas. Primera, la de los países democráticos, y entonces nos referimos por ejemplo a la percepción que se tiene en Europa de los franceses como más nacionalistas que los italianos o los españoles. Las de

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