Restauradora de tradiciones
,A Carmen Muley, bordadora por afición desde hace más de 15 años, ver a su Virgen ataviada con las telas que previamente ha decorado con aguja e hilo no le entresaca el menor atisbo de vanidad. "No, no me siento orgullosa porque no lo soy. Me gusta verla guapa pero nada más", aclara. Ella sola ha bordado banderines, estandartes, sayas o templetes sin ayuda de nadie. Su dedicación, a pesar de ser ama de casa y tener que atender a su familia, no baja de las diez horas diarias durante el invierno. "Es fácil que me quede de madrugada en casa bordando sin parar", apunta. A pesar del tiempo invertido con la mirada fija en un centímetro cuadrado de terciopelo, Carmen no usa gafas ni padece problemas de visión. Tampoco la monja que le transmitió sus conocimientos, la hermana Teresa, a sus 87 años, se ha resentido en modo alguno del sentido de la vista. "Sin embargo, la espalda es lo que no dejo de revisarme cada dos por tres. La postura al coser es francamente mala", explica la bordadora. La dedicación de Carmen Muley va más allá de una forma de invertir el tiempo en una afición. Su profesionalidad y rigurosidad en el trabajo se igualan a los de cualquier taller especialista, a los que tampoco duda en llamar cuando necesita consejo. "Si me surge algún contratiempo consulto con Elena Caro, uno de los mejores talleres que existen. José Manuel, el modisto, es un profesional y me asesora sin problemas porque no nos andamos con secretismos", explica Muley. Y es que no se trata sólo de bordar, sino de mantener lo ya bordado, limpiar, hacer geraspe (seda mezclada con oro en una sola bobina) o encerar el hilo. Los traspasos de cosas antiguas han ocupado buena parte del tiempo en las tareas de Muley. El año pasado restauró el manto de la Virgen de Gádor de Berja en tan sólo cuatro meses. "No es algo especialmente complicado. Lo que está muy estropeado se restaura entero y lo que está bien se perfila. Se trata sólo de recortar y coser en una nueva tela, pero me tiré todo el verano a una media de 14 horas trabajando", aclara. A Carmen sólo hay dos cosas que le preocupen: las malas técnicas "imitadas" por gente inexperta y la gran carencia de seguidores de esta disciplina. Para lo primero, esta bordadora defiende la artesanía de quienes, como ella, bordan punto a punto sin usar los llamados recortes. Para lo segundo, sólo encuentra una justificación: "Tiene que gustarte mucho y tener mucha paciencia". A las 17.000 pesetas que cuestan los 100 gramos de hilo de oro fino -el que emplea Muley para casi todo lo relacionado con su Casa Hermandad- se añade siempre el valor incalculable del trabajo humano, la dedicación y el empeño para que cada levantá de una imagen sea siempre única e irrepetible. Los brillos de las aguas bordadas, las sombras del torzal, los adornos de camaraña, el brescado y las hojillas, todos ellos tipos de puntos que cumplen su función específica en el juego de luces que Carmen Muley, a pesar de no ser dibujante, predetermina, enamoran con la vista. Cuanto más borda, más quiere y, por asombroso que parezca, menos se cansa. "Si ganara dinero con esto, estaría siempre con la aguja en la mano y metería una mujer en mi casa", reflexiona la incansable bordadora.
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