El muelle
En una taberna del puerto un marinero manco cuyo brazo se ha llevado un marrajo al fondo del abismo, mientras da cartas y hace trampas con una sola mano, dice: en todas las timbas de juego siempre hay un tonto que pierde; si a la media hora de partida no has descubierto quén es, eso significa que ese tonto eres tú. Esta lección de psicología puede aplicarse fuera del garito a la vida propiamente dicha donde también rige este principio de Luky Luciano: en cualquier negocio lo más importante es no ser el muerto. La gente de los pueblos que tienen puerto de mar suele ir muchos años por delante, imbuida a la vez por los trapicheos de la orilla y por los sueños de los barcos que ha visto pasar. No ser el tonto, no ser el muerto: esta aspiración básica a la que uno tiene derecho no es una cosa sencilla de alcanzar en el mundo de hoy, tal como vienen los telediarios, pero en esta media tarde de septiembre bajo el olor a algas que ha traído la tormenta, mientras paseo por el muelle, pienso qué podría hacer uno para sobrevivir sin pasar por idiota cultivando la razón práctica con una dosis de idealismo que te obligara a seguir soñando en medio de las trampas y puñaladas del día. En este paseo por el muelle tengo a un lado la lonja, las tabernas llenas de marineros y el marcado. En ese espacio se mueven tipos tan astutos que apenas te ven ya te han contado los pelos dentro de la nariz. Ahí está el jugador manco que hace trampas con una sola mano y también el mercader trapacero, el político marrullero, el mafioso con cadena de oro, gente mediterránea pagada a tierra por el ombligo. En este paseo por el muelle tengo en la otra parte el horizonte del mar cuya línea discurre de forma muy pura, sólo quebrada por los sueños que admite y por algún barco que se pierde en la lejanía o tal vez en la mente. De ese lado se halla lo menos contaminado de uno mismo y también todos los lugares que uno nunca podrá alcanzar pero que ya los posee con solo desearlos. No ser el tonto, no ser el muerto y al mismo tiempo ser un idealista. He aquí una sabiduría fundamental: unir las dos partes del muelle, los gritos de la lonja, las trampas de la taberna y la astucia del mercado con una aspiración de belleza que se extienda en la línea del mar y no se hunda en el abismo como el brazo del manco. Si en algún puerto del Mediterráneo hay un filósofo profundo que haga metafísica con olor a calamar, ése es mi maestro.
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