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Reportaje:

Madrugadas con sabor taurino

Muchas son las fiestas que impregnan la geografía andaluza de sabor taurino, pero probablemente ninguna tenga la singularidad y la magia de la que se celebra estos días en la localidad jiennense de Iznatoraf. Sus encierros de reses bravas durante las madrugadas, uno de los pocos en España con semejante tradición, se convierten en un auténtico reclamo para centenares de visitantes, atraídos también por la belleza arquitectónica de esta pequeña villa asentada sobre un cerro de más de 1.000 metros que sirve de mirador privilegiado de buena parte de los montes y los valles del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas, al que pertenece Iznatoraf. Es precisamente el peculiar trazado urbanístico de esta antigua fortaleza árabe -más conocida por vecinos y forasteros como Torafe- lo que concede a los encierros nocturnos un atractivo especial. Y es que sus empinadas y laberínticas callejuelas incorporan una emoción añadida para los mozos que intentan desafiar a las reses bravas con sus carreras y quiebros. La particular fisonomía de este municipio, fundado bajo la dominación musulmana, responde al concepto islámico donde su recinto amurallado y el factor sorpresa de sus calles cumplía una función defensiva. Ahora, sin embargo, más que un aliado supone un factor de máximo riesgo para los corredores que osan ponerse delante de los cuernos del ganado. Verbena y fiesta Pero ahí no queda todo el poder de seducción de esta fiesta. El elemento taurino se da la mano con los aires verbeneros que hacen de la madrugada de Torafe una estampa tan genuina como fascinante. Justo encima de la plaza principal del pueblo, presidida por una majestuosa iglesia renacentista y que se convierte en el centro neurálgico de los encierros, se encarama otra plazuela, la del Depósito, donde distintas orquestas ofrecen otra alternativa a quienes prefieran una noche con menos sobresaltos. Sin embargo, la conexión entre ambas ofertas es total por lo que, como no podía ser de otra manera, son los pasodobles los que marcan el ritmo de la noche. De esta manera, no resulta difícil observar a algún mozo en el albero llamar la atención de las vacas al compás de los sones de Paquito El Chocolatero o España Cañí. Bajo este escenario lleno de tipismo se iniciaron el viernes los festejos en honor al patrón, el Cristo de la Vera Cruz, en esta pequeña villa de apenas 1.200 habitantes, que estos días duplica su población con la llegada de todos los que algún día tuvieron que engrosar las fatídicas estadísticas migratorias de las décadas de los años sesenta y setenta. Pero es durante los encierros cuando el pueblo coloca el cartel de completo. De eso han dado buena cuenta las largas colas de vehículos -más de 1.000 según la Policía Local- que, ante la imposibilidad de llegar hasta lo más alto de un municipio ya colapsado. Hasta hace unos años el pueblo se encaramaba sobre un cerro agreste -de hecho Iznatoraf es un "montón de tierra", según la etimología-, pero las ansias de los lugareños por plantar olivos ha provocado que estos árboles lleguen ya hasta las mismas casas del pueblo. Casi tanta emoción como en los encierros se respira en sus momentos previos. La Carrera, arteria principal de la villa, es donde mejor puede palparse el bullicio y la temperatura ambiental. Hasta instantes antes de la una de la madrugada -la hora señalada para el inicio del encierro- casi toda la calle se convierte en una terraza de verano para regocijo de los dueños de los bares, que no dan abasto a servir raciones de ajo- morcilla o picadillo. Nervios y carreras Los primeros cohetes -el reloj de mayor fiabilidad para cualquier actividad festiva- incorporan más tensión si cabe. Llegan entonces los nervios y las carreras de quienes se afanan por hacerse con las mejores tribunas posibles para no perderse el encierro. No hay sitio para todos, sobre todo desde que dejaron de instalarse los tradicionales tablados que servían como gradas para vecinos y visitantes. Aquella costumbre se truncó a principios de los setenta, en unas fiestas donde el pánico se apoderó por momentos del pueblo tras el derrumbe de esos tablados que dejó a decenas de personas heridas en la misma arena de la plaza ante la mirada atónita de los toros. En cualquier caso, de aquel suceso ya han pasado muchos años. Hoy, Iznatoraf vive con aires renovados sus fiestas patronales. La nueva corporación municipal -que estrena un alcalde socialista por primera vez en toda la etapa democrática- ha querido impulsar la más célebre de sus tradiciones y para ello ha extendido el recorrido desde el arco de la Virgen del Postigo, hasta la plaza del pueblo. Ha quedado atrás ya la duración ilimitada de estos encierros. Ahora, suelen finalizar en torno a las cuatro de la madrugada. Buena hora para volver a la verbena a bailar los últimos pasodobles, a calentarse con el chocolate con churros o, simplemente, deleitarse con el frescor de las noches torafeñas

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