Más que un examen
El principio de someter a los comisarios designados a un examen antes de su confirmación por el Parlamento Europeo resulta adecuado, y puede contribuir a colmar lo que se ha venido a llamar el déficit democrático de las instituciones europeas, en particular de la Comisión. Pero la ejecución, en sus inicios, ha sido mala. El nuevo Parlamento salido de las urnas el pasado junio ha incurrido en un exceso de celo, ha intentado marcar estrechamente el margen de actuación futura de la Comisión que ha de presidir Prodi, e incluso ha tratado con este procedimiento de ganar unos poderes que el Tratado de Amsterdam no le confiere. El Parlamento Europeo ha sido el gran ganador en este texto. Si persiste en tales actitudes, puede no sólo socavar el poder de la Comisión, sino el suyo propio. Afortunadamente, parece haber corregido su rumbo tras los primeros días de exámenes.Comprobar la idoneidad, competencia y posibles conflictos de intereses de los comisarios es recomendable, especialmente en una institución que requiere mayor transparencia interna. Lo sería incluso para los ministros en los parlamentos nacionales en nuestras democracias estatales. Pero los comisarios no son ministros, ni se puede trasladar el sistema que impera en un régimen presidencial como el de EE UU a una Unión Europea que dista mucho de ser un Estado. El Parlamento Europeo, que todavía deja mucho que desear en su funcionamiento y financiación interna, ha parecido olvidar por momentos esta semana que los comisarios son designados por los Gobiernos de acuerdo con el presidente de la Comisión entrante, en este caso Romano Prodi, también nombrado por esos Gobiernos. Más aún, no hay voto de investidura individual para cada comisario, sino una votación del Parlamento respecto al conjunto de los integrantes de un órgano colegiado. Probablemente, todo esto habrá de cambiar, pero de momento es lo que hay, y se ha de respetar.
Por ello, meterse en historias que nada tienen que ver con la idoneidad presente de algunos comisarios designados, hacer consideraciones sobre si el belga habla o no flamenco o sólo francés, o utilizar este procedimiento de escrutinio para venganzas personales o políticas, no puede ser el camino adecuado a seguir. Tampoco que el Parlamento haya intentado con esta ocasión obtener la capacidad de iniciativa legislativa que en asuntos comunitarios corresponde formalmente en exclusiva a la Comisión Europea. Y sin embargo, todo esto lo han intentado algunos, antes de que las aguas volvieran a su cauce y a la serenidad. Es de esperar que, tras los últimos exámenes y la votación del próximo día 15, la nueva Comisión, que cuenta en su seno con elementos prometedores, se ponga a trabajar en serio. Sus cinco años de mandato son vitales para la UE, que ya lleva demasiados meses en crisis institucional.
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