Giles y goles
No hubo adelanto de elecciones, pero sí del calendario de la Liga, que comenzó casi por sorpresa cuando todavía muchos de sus fieles estaban de vacaciones y superaban el síndrome de abstinencia contemplando partidos de voley playa y soñando con las verdes praderas de los estadios y el reconfortador aullido de las gradas.Cualquier club profesional es más que un club, más que una sociedad anónima, más que una mera asociación deportiva. Hace unos días, y coincidiendo con el pletórico arranque liguero del Rayo Vallecano, los rayistas fueron a las urnas y votaron en democrático referéndum sobre materia tan delicada como el cambio de nombre de su estadio, que ya se llama Teresa Rivero, como su presidenta, una señora madura que cuando desembarcó en Vallecas de la mano de Ruiz-Mateos no tocaba bola en esto del fútbol y que hoy ha sido entronizada como patrona del popular coliseo de Vallecas tras una milagrosa transustanciación. Madrid cuenta este año con tres equipos en la Primera División: dos, el Rayo y el Real, en los primeros puestos de la tabla; el otro, el pupas de siempre, el Atlético de Madrid, en la cola y al borde del abismo.
Confuso y azaroso ha sido el destino del equipo colchonero desde que se lo incautó, desplumando a los socios más incautos, el Gil, que lo usó como motor de su naciente gilicracia. El grupo independiente dependiente de Gil es también liberal, no hay más que ver la liberalidad que se gasta, fichando jugadores o concejales su dueño y mentor, que, en un gesto de iletrado despotismo, acuñó el acróstico de su banda con las letras de su apellido.
El Atlético de Madrid, por su peculiar idiosincrasia de emblemático paria de élite de la Primera División y cruz de la cara triunfante del privilegiado club merengue, siempre fue presa fácil para aventureros y oportunistas. Gil no ha sido el primer pirata en abordar la primera magistratura atlética, un cargo que en su día llegó a ocupar el histriónico doctor Cabeza, médico forense por la gracia de un Dios que no le permitió esgrimir su bisturí contra seres vivos. Pero ni aquel doctor, cabeza de chorlito, llegó a firmar el acta de defunción de este enfermo crónico e inmortal, heroico y penitente.
Según algunos socios veteranos, la mala racha del club comenzó con el cierre del histórico estadio Metropolitano de los castizos Cuatro Caminos, escenario de las proezas de Ben-Barek. La mudanza a orillas del exangüe Manzanares ya comenzó con mal pie. Aunque a mediados de los años sesenta incluso la prensa deportiva trabajaba con mordaza, saltaron por entonces a los periódicos opiniones contrarias a la edificación sobre unos terrenos cedidos generosamente por el munífico municipio. Al parecer, el Ayuntamiento había recibido los terrenos como donación de una aristócrata que en el documento de cesión expresaba su deseo de que fuesen destinados a obras de beneficencia pública.
Los beneficiados por esta constructiva obra de misericordia no fueron precisamente los menesterosos, ni mucho menos el pueblo de Madrid, que, al margen de sus preferencias deportivas, nunca vio con buenos ojos cómo el monstruo emergía del menguado cauce del río. Del mismísimo cauce, en sentido literal, pues una de sus tribunas, que hubo que derribar más tarde, hundía sus pilares en el lecho del Manzanares.
La tribuna que surgió del río tituló una revista de información parafraseando el título de una novela de Le Carré, El espía que surgió del frío, llevada al cine por aquellos años. De Vicente Calderón a Jesús Gil, pasando por el forense, la historia del club ha tenido fases de novela negra y de comedia de disparates.
El mamotrético estadio ribereño, pintado a rayas con los colores del club, sigue ofendiendo al paisaje y al paisanaje y entorpeciendo el flujo de la M-30, como un "ostentóreo" símbolo del nacionalgilismo.
A veces pienso que habría que demolerlo, pero me guardo mi opinión porque sospecho que Gil sabría sacarle partido a la iniciativa, conseguir una buena recalificación de terrenos y ampliar las fronteras de su pavoroso imperio con una urbanización megalítica a la medida de su omnívoro ego.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.