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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Abandonados

Hace unos días apareció una columna dando cuenta y detalle de la cantidad de perros abandonados durante la temporada de verano. Para quien desconozca esta práctica española del estío, debería saber que es algo tan habitual en dicha estación como la utilización de los bermudas o las gafas de sol.El titular resultaba más que suficiente: 75.000 perros abandonados..., el resto de la columna es para estómagos fuertes. No voy a referirme al aspecto humano del hecho en sí porque, para el español medio, el trato civilizado para con los animales aún representa una mariconada. Solamente voy a hacer un comentario al respecto.

En primer lugar, supongo que una buena parte, pongamos un 50%, ha sido adquirida en centros homologados para la venta de animales domésticos. Esta cantidad hipotética de 37.000 perros (o aunque fueran bastantes menos) se supone que deben estar registrados con sus respectivas patentes, como se hace con los automóviles. Una vez censados, los animales conllevan una serie de responsabilidades (principalmente, vacunaciones) cuyo cumplimiento corre por cuenta de los propietarios, y el control de dicho cumplimiento a su vez recae en la Administración.

Como propietario de perros, hace años ya me notificaron que cada animal debe llevar implantado un chip en la piel con objeto de que, en caso de pérdida o abandono, pueda localizarse a sus dueños. Ahora viene la pregunta del millón: de esa cifra inquietante de perros abandonados, ¿ninguno llevaba el chip de marras?, ¿o lo llevaban de adorno? O peor aún, ¿el adminículo sólo es una manera cibernética de sacarnos 3.000 o 5.000 pesetas a los ciudadanos respetuosos de las normas? O peor que peor, ¿esa norma (potencialmente eficaz) es una de las tantas que se pueden infringir en nuestro país sin que pase nada de nada?

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Luego entonces, a nadie debe sorprender que, por egoísmo o por puro incivismo, en España se puedan quemar bosques, contaminar ríos, vender alcohol a menores, utilizar la ciudad como un estercolero, apuntarse a la fórmula de que diversión es igual a bebida+ruido+ciscarse en el prójimo. Y, por supuesto, abandonar los animales de compañía cuando "ya no hacen gracia", o no hay sitio en el coche para el equipo de submarinista.

Cualquiera que conozca a un practicante de estas tradiciones patrias podrá informarse de primera mano sobre lo fácil que resulta saltarse las normas.-

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