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Rayos y truenos en el Aquelarre de Cervera

Hasta los rayos y truenos se unieron a los gritos de las brujas y los endemoniados para invocar al Señor del Mal. A nadie parecía importarle que la Iglesia católica diga ahora que el infierno no existe. No hay duda: el infierno existe, como mínimo una vez al año, en Cervera. Y más de 30.000 testigos lo comprobaron el pasado fin de semana. El Aquelarre fue, como tiene que ser, una celebración que va in crescendo durante la noche del sábado al domingo hasta alcanzar el clímax, ya de madrugada. Pero los conjuros que antaño utilizaban las brujas para invocar al diablo ya no son lo que eran. La música y el fuego, y en muchos casos el alcohol, se utilizan ahora como vía rápida para creer en demonios, en brujas o en lo que sea. Los organizadores se esfuerzan, año tras año, por convertir el Aquelarre de Cervera en algo más que una fiesta en la calle. En esta ocasión se modernizó la puesta en escena con una representación teatral al estilo Comediants o La Fura dels Baus. Primero, la lucha del hombre contra el paso del tiempo. Y después, la representación de los siete pecados capitales, con una cuidada selección musical: el heavy metal para la ira; el reggae para la pereza; para la lujuria, un cha-cha-chá. Ante tantos excesos no hay demonio que se resista y, aunque se hizo rogar, finalmente el Macho Cabrío apareció entre el griterío de sus seguidorres. El fin de fiesta fue apoteósico. A ritmo de tango y montado en una motocicleta, cual diablo sobre ruedas, el Señor del Mal escenificó la copulación con las brujas, y acabó lanzando litros de espuma con el lógico regocijo de los asistentes. A partir de ese momento, el pecado y el mal inundaron las calles de Cervera, suponiendo que todavía no lo hubieran hecho. Durante toda la noche, los correfocs llenaron de fuego el pueblo. Los pañuelos y sombreros de paja con los que los jóvenes se cubren la cabeza y el rostro forman parte ya de la escenografia de la fiesta. Una escenografia que este año se completó con un nuevo accesorio aportado por los vendedores ambulantes: unos cuernos iluminados en rojo, creados especialmente para esa noche y que causaron furor. Mientras, lejos del jolgorio de las calles, en el recinto de la universidad, algunos magos y brujas ofrecían sus servicios. Descubrir el futuro en las cartas del Tarot o en las líneas de la mano era otra alternativa para los amantes del esoterismo.

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