Sombrillas de playa sobre el asfalto
Los 'chicos de amarillo' ofrecen en verano, a pie de calle, informción turísticas y buenas dosis de paciencia
Dos jóvenes argentinas se acercan tímidamente a la pequeña sombrilla amarilla y lanzan la pregunta del millón: "¿El museo cierra durante la siesta?". Natalia y David sonríen: "No, qué va, no se preocupen". "Eso lo pregunta todo el mundo y en todos los idiomas. Los turistas están convencidos de que este país se paraliza después de comer. Hay que explicarles que no, que la siesta no está aún institucionalizada", dice Natalia, y contempla a las chicas, que se alejan con sus folletos bajo el brazo.Natalia, de 23 años, y David, de 20, son dos de los 30 chicos de amarillo que el Patronato Municipal de Turismo pone cada verano bajo una sombrilla y detrás de un mostrador para atender a los miles de turistas que en estos meses de vacaciones se pasean por la ciudad. Ellos resuelven sus dudas y los orientan a la hora de elegir un itinerario, un autobús o incluso un restaurante. Aguantan estoicamente el calor del estío (la sombrilla ayuda poco) y por ello reciben un sueldo (en forma de beca y sin contrato, a partir de este año) que David y Natalia prefieren no confesar. "Pon sólo lo mucho que aprendemos aquí, que conocemos mejor la ciudad, nos divertimos y practicamos idiomas", dicen.
El Patronato cuenta con siete puestos informativos de este tipo, distribuidos por el centro histórico de la ciudad: Puerta del Sol, calle Mayor, plaza de la Villa, Callao, Palacio Real, Estación Sur de Autobuses y Museo del Prado. En este último cumplen hoy su jornada laboral de cinco horas (de 10.00 a 15.00) Natalia y David, después de rotar por el resto durante todo el verano. "El mejor es el del Palacio Real, por las vistas", dice Natalia con un suspiro. Claro, que en cualquiera de ellos pueden producirse malentendidos. "Alguna vez nos han confundido con un puesto de helados", recuerda David. "Otras viene gente tan despistada que da risa", añade Natalia, a quien una vez, en la calle Mayor, un señor muy amable le preguntó "que si bajando por esa calle se llegaba al Alcázar de Segovia". "Lo habría confundido con el Palacio Real, supongo", dice riendo.
Los mapas son, sin ninguna duda, la atracción de los visitantes. Todos quieren señalar en el suyo los lugares emblemáticos de la capital, "aunque sea sobre un mapa extranjero", apunta David. "Como aquel señor que venía con un mapa de Varsovia empeñado en localizar allí el Palacio Real", recuerda. Y claro, los más sibaritas piden mapas "en su propio idioma": inglés, francés, alemán,... "Probablemente creen que se puede traducir el nombre de las calles o algo así", dice Natalia con un guiño.
Algunos días se atiende a 200 personas; otros, a más de 500. "La marca está en 1.000 diarios en el puesto del Palacio Real. Un miércoles, claro, que es gratuito", precisan los chicos de amarillo. En cada puesto se lleva un recuento aproximado de los visitantes: número, nacionalidad, edad y tipo de pregunta que realizan. Luego todo se pone en común y de ahí salen las estadísticas de turismo en Madrid que ofrece todos los años el Patronato. Este año, la palma se la llevan los italianos, no se sabe si por ser más o por resultar más ruidosos. "Hace unos días se nos voló la sombrilla y casi matamos a dos turistas. Los italianos gritaban: "¡Atentado, atentado!". Son un poco exagerados", cuenta David.
Pero nunca llega la sangre al río. Natalia y David no recuerdan un solo episodio de "violencia vengativa" de algún turista descontento o excesivamente acalorado. "Algunos vienen a darte las gracias por un buen consejo o una buena orientación. Otros vuelven refunfuñando. Pero, en fin, ésos son los gajes del oficio, ¿no?", explica David, estudiante de Turismo y repetidor en esto de la información a pie de calle.
"Oiga, ¿la Cibeles dónde está? ¿Y el Bernabéu?", pregunta un señor empeñado en visitar "los edificios más emblemáticos de Madrid". "Hay gente que lo mete todo en el mismo saco", constata Natalia, estudiante de Derecho y amante de los idiomas. Aquí tiene la oportunidad de practicar el sueco, que conoce desde hace años, y aprender otros nuevos, "sobre todo, cómo no, el italiano", dice. O el japonés. Un caballero nipón se acerca con un niño de la mano y pregunta algo incomprensible. Tras muchos esfuerzos, Natalia y David consiguen descifrarlo: "Caramelos La Pajarita", repite el hombre, que por fin consigue la información y se marcha, satisfecho, con su mapa en el bolsillo.
Es ya la hora de la comida, la siesta se acerca, pero la cola del museo no se vacía nunca. Un señor que lleva un buen rato contemplándola le pregunta en voz baja a David: "Oiga, ¿y esto qué es, que hay tanta gente?" El chico sonríe y, armado de paciencia, comienza su explicación: "El Museo del Prado, señor. Ya sabe: Velázquez, Goya...".
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