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Con la frialdad de los grandes

Yago Lamela logró la clasificación para la final en el tercer y último intento

Santiago Segurola

Si la fibra de los campeones se mide en las circunstancias más difíciles, Yago Lamela completó con éxito su camino hacia el podio en salto de longitud. Después de dos horas terribles por su incertidumbre, alcanzó su puesto en la final con la frialdad de los atletas que no tienen dudas. "Si me hubiera dejado llevar por el pánico, no me habría clasificado", dijo el saltador español después de una ronda que probablemente acentúe su optimismo. Lamela se encontró en la peor situación posible después de dos nulos. Sólo tenía una posibilidad: un salto en el que se concentraban la tensión de toda la temporada, las enormes expectativas que soporta desde el Mundial de pista cubierta, el prestigio acumulado a lo largo de los últimos meses. Ese peso podría acabar con cualquiera. A Yago no le afectó. Fiel a un carácter que le obliga a sacar lo mejor de sí mismo en los peores momentos, saltó 8,15 metros, la distancia exacta que se pedía para garantizar el paso a la final sin esperar a que terminaran de saltar todos y sin gastarse en ningún intento más.Tanta frialdad y tanta confianza hablan de un atleta singular. Pocas horas antes no ocultaba su nerviosismo. Había comido poco. "Sólo he tomado algo de pasta y dos trocitos de carne. No me entraba más", decía poco antes de dirigirse al estadio.

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Por la tarde, sólo albergaba una preocupación. Andaba a vueltas con un dolor en el gemelo. Tenía miedo de que el calor afectara a su hidratación y de que el gemelo de su pierna sufriera las consecuencias. A media tarde, su entrenador, Juanjo Azpeitia, subió a la habitación del atleta. Poco después bajo con gesto tranquilo. "Todo está bien. Lo que ocurre es que en estos momentos los atletas están más sensibles a cualquier desarreglo de última hora".

Azpeitia creía que Yago estaba en perfectas condiciones no sólo para clasificarse, sino para hacer algo grande en Sevilla. El saltador sólo quería saltar una vez. Por dos motivos: para evitar la fatiga y para enviar un recado a los demás. Se encontró en la situación inversa. El cubano Pedroso superó la marca mínima en el primer salto. Yago, en su primer intento, entró mal hacia la tabla y perdió el paso. Nulo. No estaba en la posición que quería. Ahora se obligaba a un concurso difícil, cada vez más exigido. Tardó casi 45 minutos en volver a saltar. Demasiado tiempo para pensar. Se cambió de zapatillas, hizo algunos ajustes y se lanzó a por el segundo salto. Fue largo, suficiente para clasificarse, pero había pisado la tabla. Otro nulo. En el estadio se hizo un silencio espeso y temeroso. A Yago sólo le quedaba un salto para obtener la clasificación. Cualquier error, de la clase que fuera, le apartaría de la final, la clase de frustración que marca la carrera de cualquier atleta. Pasaron otros 45 minutos. Yago se movía como siempre. Breves carreras para mantener a tono los músculos y para disipar la tensión. Sólo Pedroso había sido inmune a los problemas. Ahora Yago se encontraba en la posición más difícil de su carrera. Decidió actuar de forma más conservadora para evitar la posibilidad del nulo, pero a la vez imprimió más velocidad a su carrera. Dejó casi 12 centímetros entre la pisada y la tabla, y luego voló con su técnica de tres y medio y cayó con limpieza en la arena. No le hizo falta más. Había sufrido, pero también había sacado consecuencias. "Todo esto me da más seguridad para la final. Ahora viene lo mejor", dijo después de un concurso que, sobre todas, las cosas habla del carácter de un gran saltador.

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