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SEVILLA99 La final de 1.500

Cacho, el diez del medio fondo

Carlos Arribas

Dos finales olímpicas, cuatro finales de Mundial, tres finales de Europeo. Todas las grandes finales de 1.500 de la década han contado con la presencia de Fermín Cacho, el soriano de 30 años que se exhibió por primera vez en el gran escaparate internacional en los Europeos de 1990, a sus 20 años recién cumplidos y que acumula una medalla oro y tres de plata. "Es mi décima final y quiero disfrutarla. Y lo que pase, bienvenido sea", dice. "Todas las que he disputado han sido difíciles y competidas y ésta será muy parecida a las anteriores, en las que he visto desfilar a varias generaciones de atletas. Así que puedo ser primero o último". Más fácil lo primero que lo segundo, de todas formas, por lo menos atendiendo a su historial y la transformación que sufre llegado el momento, porque más que nada y que nadie, Cacho es un gran competidor.Cuando Cacho alcanzó su primera final, en Europa el 1.500 británico daba sus últimos estertores con un envejecido Steve Cram que alargaba su carrera al máximo; en España, José Luis González daba las últimas zancadas de su carrera, y el alemán Jens Peter Herold aprovechaba el periodo de interregno. Mientras, en el ancho mundo, el marroquí Said Auita, el gran dominador de la década, se planteaba ya dejar paso a los más jóvenes. Cacho terminó undécimo de aquellos Europeos. El año siguiente su gran final fue la del Mundial de Tokio, aquella en la que ascendió al trono el argelino Nurredín Morceli, un año más joven que el soriano, el hombre de los 90 y, quizás, el mejor mediofondista de la historia. Cacho terminó quinto en aquella final de Tokio, la más rápida de la historia, con unos 3.32.84 que aún estremecen. Morceli mostró al mundo cómo se deben correr los últimos 400 metros de un 1.500 y Said Auita pasó al olvido. Herold también estaba allí, donde Cacho ya se encontró con caras que le acompañarían a lo largo de toda la década, como el italiano Gennaro di Napoli y el atleta de Qatar Mohamed Suleiman.

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En 1992, cuando Cacho se coronó campeón olímpico, también andaban por allí Morceli, que sufrió su derrota más dolorosa, y Suleiman, ya también en Stuttgart 93, cuando Morceli se tomó cumplida revancha relegando al soriano a la plata. Gotemburgo 95 supuso una octava plaza para Cacho en la final, su peor actuación de nunca, y también la irrupción de una nueva generación, la del 74, guiada por El Guerruj (plata) y con el burundés Venuste Niyongabo como gran esperanza del África negra, una gente que aún tuvo que esperar para tomar el poder.

Morceli y Cacho aún dominaron los Juegos de Atlanta 96, pero llegado el Mundial de Atenas 97 llegó el fin de Morceli (cuarto). Cacho (segundo), y Suleiman (sexto) ya parecían los abuelos de los nuevos. Ya no era sólo El Guerruj (primero), también eran Reyes Estévez (tercero), John Mayock (noveno) o Laban Rotich (undécimo) quienes asomaban sus intenciones. Cacho, ya campeón de Europa en el 94, dejó paso a Estévez en el Europeo del 98. Y así han llegado a Sevilla 99, donde ya confluirán tres generaciones. La pasada, pero con rabia, de Cacho y Morceli. La presente de El Guerruj y Estévez, y la futura, simbolizada por el keniano Ngeny. Será, no lo olviden, la décima gran final de Cacho.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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