Marion vive un instante antes
Marion Jones habita en un planeta que resulta ajeno al resto de las velocistas. Vive sola a la espera de una oposición que no aparece en el horizonte. Ni la mejor Inger Miller fue capaz de apurar ayer a Jones, que venció en la final de 100 metros con un registro de 10,70 segundos. Desde esa frontera sólo tiene un objetivo: acercarse progresivamente a los límites que marcó Florencia Griffith en el año 1988. Aquellos 10,49 segundos no son de este mundo. No parecen accesibles ni tan siquiera a Marion Jones, pero su margen de progresión no se discute. Sólo cuenta con 23 años, apenas lleva tres temporadas en el gran circuito internacional y enfrente tiene desafíos que la conducirán a marcas inimaginables para el resto de las velocistas actuales.Las semifinales sólo ofrecieron novedades con respecto a Inger Miller, que siguió en su progresión con una marca de 10,80 (10,79 en la final), casi a una décima de Jones pero palabras mayores para cualquier especialista de velocidad. Para Miller significaba su definitivo ingreso en la primera escala de la jerarquía. Después de largos años como secundaria, la liviana atleta estadounidense confirmaba las expectativas que generó en su etapa escolar. Californiana como Marion Jones, las dos tienen raíces en el Caribe. Inger es hija de Lennox Miller, el gran velocista jamaicano que disputó el reinado de los 100 metros a gente como Jim Hines, Charlie Greene y Valery Bórzov. Marion Toler, madre de Marion Jones, nació en Belize y se trasladó de joven a Estados Unidos. Si hay cierta relación en sus orígenes, la distancia que las separa en su biotipo es sideral. Jones es alta y grande, con unas piernas larguísimas que no están aprovechadas para dar la máxima amplitud a su zancada, un poco corta para lo que cabría esperar de ella. Miller es pequeña y liviana, con una técnica superior a la de Jones. Pertenece a la escuela de John Smith, el hombre que dirige los destinos de Mo Greene y Ato Boldon. Los tres disponen de una característica común: son relativamente bajos. Ellos miden 1,75; ella, 1,63. Podría pensarse en una búsqueda de Smith de velocistas de proporciones similares, atletas todos con un bajo centro de gravedad y un gran aprovechamiento de su zancada. Jones se tapó en su semifinal. El día anterior entró en el pique de marcas que hicieron la griega Thanou e Inger Miller. Le gustó la pista -"rápida, rápida, muy rápida"- y le gustó el calor, indispensable para conseguir grandes marcas en las pruebas cortas. El día le había resultado impecable. Su marido, el orondo C.J. Hunter, había vencido en el lanzamiento de peso contra pronóstico. La familia estaba en racha. En la semifinal, Marion hizo un trabajo de aliño: 10,83 segundos. Sólo los más suspicaces hablaban de la oposición de Miller a una atleta que no ha perdido en los 100 metros durante los dos últimos años. También se produjeron descartes. Definitivamente, la francesa Arron no podía presentar candidatura alguna. En cada carrera había perdido gas, sin nada que pudiera recordar a la atleta que consiguió la victoria en los Europeos con 10,73. Arron fue la principal afectada por la huracanada segunda ronda del sábado. Comprendió que no había sitio para ella.
Para los clásicos, resultó emocionante la lucha de Gail Devers (campeona olímpica en Barcelona y Atlanta) contra la edad y las lesiones. Después de dos años de dolencias, Gail Devers llegó a Sevilla por los pelos, en un estado tan precario que casi todo el mundo dudaba de que pudiera alcanzar la final. Pero su capacidad para competir es legendaria. Se exprimió como una campeona y corrió la semifinal en 10,94 segundos, un tiempo de gran calibre. Ella, la última de las atletas que sigue bajo el patronazgo de Bob Kersee, se niega a entregar el relevo a las nuevas generaciones. No tiene posibilidad alguna en esa pugna. Marion Jones es el futuro. Devers, el pasado.
En la tribuna, C.J.Hunter se movía nervioso en los instantes previos a la carrera. Se pidió silencio al público, pero el marido de Mario Jones no pudo reprimirse y un grito cruzó el estadio de punta a punta. Las miradas se dirigieron hacia él, pero C.J. Hunter siguió a lo suyo. Y lo suyo era preocuparse por la carrera de Jones. No ocurrió nada novedoso en una prueba dominada de punta a punta por la joven campeona estadounidense. Metió la quinta y comenzó a mover las piernas con la altísimas frecuencia que la caracteriza. Se hacía contradictorio el hecho de observar la amplia zancada de la menuda Miller y el paso relativamente corto de una atleta tan alta como Jones. Por ese lado, cabe una mejoría notable en Marion, que no tuvo problema alguno para imponerse y lograr una marca espléndida, la que se espera de ella y a la que nadie más tiene acceso en estos momentos.
Inger Miller siguió a Jones hasta donde pudo. Hizo 10,79, tiempo que la coloca entre las mejores de la historia, pero sobre todo la marca supone una progresión enorme con relación a sus registros anteriores. Venía acreditada con 10,96, logrados durante las pruebas de selección del equipo estadounidense. Desde entonces había entrado en un bache del que ha salido esta temporada, pero con la idea de que se trataba de una atleta más preparada para los 200 metros que para los 100. En el margen de dos días, Miller ha mejorado su mejor marca personal en 17 centésimas, un bocado colosal que anuncia emociones fuertes para la prueba de 200 metros, su predilecta. Si en Zúrich metió en aprietos a Jones, podría pensarse que en Sevilla tiene alguna oportunidad frente a su rival. Sólo desde esa lectura, es posible que haya alguna competencia para Jones. Será en los 200 metros. En los 100, el mundo de Marion Jones no es accesible para nadie.
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