Gandia, retrato de familia
Fue Grimod de la Reynière, goloso francés del siglo XVIII, quien instituyó una forma diferente de banquete en versión reducida. Ofrecía su comida a veintidós personas, previamente seleccionadas en virtud de sus méritos por un juez, y además dejaba observar como éstos se alimentaban a otras trescientas, que atravesando un corredor elevado envidiaban a los merecedores de ocupar silla y mantel. La comida duraba una buena porción de horas, de hecho se empalmaba con la cena, y después de cada servicio se presentaba al proveedor de las mercancías degustadas, lo que era objeto de publicidad y compensado por parte de éste con un cobro reducido o nulo de las mercaderías. El banquete en todas sus formas ha sido objeto de estudio y comentario por los más clásicos autores literarios de todos los tiempos. Sin duda uno de los primeros, y también el más conocido es el que describe Platón en la obra que titula de ese modo, y en la que teniendo como base el ágape que ofrece Agatón a un grupo de selectos convidados entre los que se encontraban Sócrates, Aristófanes, Fedro y algunos otros poetas y filósofos de la época, se hablaba sobre los más diversos temas, en este caso sobre el amor. En aquellas reuniones la comida era el asunto de menor importancia, de hecho sólo componía la primera parte: la segunda, el sympotos, simposio, era la de envergadura, ya que a la vez que se degustaban en abundancia los vinos, se trataban los más diversos temas, siempre dirigidos por el presidente de la reunión que dejaba intercalar entre los enjundiosos asuntos canciones, discursos, y otras diversiones. Entre las canciones no nos consta el Asturias, patria querida. Pero los banquetes cambiaron de signo con la llegada al poder de los romanos. En este punto más sofisticados y grandilocuentes, dejaban a muy baja altura gastronómica y espectacular a los griegos. No podemos dejar de referirnos al que ofreció Trimalción, y que relatado por Petronio en el Satyricón, es quizá el más famoso de todos los tiempos. En el mismo, y para empezar, diversos esclavos lavaban a los invitados las manos con agua de nieve; y después venía la comida que se acompañaba en toda su duración con bailes y juegos. Los platos eran de una increíble sofisticación, siendo uno de los más famosos el jabalí relleno, al que cuando se abría el vientre surgían de su interior bandadas de tordos que sobrevolaban el espacio y eran cazados; en fin, una orgía romana. La intención es similar, y en Gandia, en el Restaurante L"Han, el ánimo de los múltiples grupos familiares o empresariales que se dan cita debe ser el mismo, pero no logran el espectáculo. La decoración, que se pretende impresionante, con fuentes de roca de las que mana agua dentro del comedor, queda ridícula con los añadidos de plástico, ni siquiera cartón -piedra como en las películas-, que representando elementos marinos la decoran. Y la comida queda en un remedo de la fiesta que los alegres comensales pretenden. Todo se hace deprisa y corriendo, no cumpliendo un rito lúdico, sino efectuando un trámite. La alegría presente en todo festín debe ser aportada en éste por los concurrentes, ya que la casa no colabora a los fines previstos. El teóricamente ajustado precio todo lo justifica, pero la calidad y cantidad del marisco que sirve de base no dan lugar a alegrías. La supuesta abundancia que se presume no es tal, y las raciones, incluso de los productos más asequibles, están contadas y medidas. No podemos evitar que se nos represente una boda, pero sin música. Además, el arroz de bogavante blando por exceso de cebolla en el sofrito. El servicio, confianzudo, a tono del remangamiento de camisa habitual en los comensales de estas celebraciones. Y ya que hemos comenzado recogiendo un ligero banquete, terminemos con otro mucho mayor. Observen las cifras y comparen. Sucedió en París en el año mil novecientos. Sirvieron a veintidós mil novecientos veinticinco comensales mil ochocientos maîtres y tres mil seiscientos camareros, y para deglutir, dos mil cuatrocientos kilogramos de filetes de buey, otro tanto de faisanes, lo mismo de salmonetes, dos mil setecientos de pato, mil doscientos litros de mayonesa, cincuenta mil botellas de vino, mil de licores,... Y todo ello, sin quitarse nadie la chaqueta.
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