Michael Johnson vigila su cuerpo y su imagen
"Tengo una regla básica: nunca entro en las farmacias"
Hay algo de Michael Johnson -plusmarquista mundial de 200 metros y doble campeón olímpico de 200 y 400 metros- que impone dentro y fuera de la pista. Cuando corre con su zancada corta, económica y devastadora, crea una sensación de aplastamiento sobre sus rivales, la clase de señal que no admite respuesta. Se diría que corre con una seriedad profesional, sin dar margen a lo imprevisto, con la pegada de un peso pesado. Fuera de la pista, Johnson conserva su imagen pétrea. Tiene fama de huraño y en los últimos tiempos esa imagen se ha hecho demasiado evidente. Frente al carácter extravertido y agradable de Maurice Grene, Michael Johnson aparece como un hombre reservado, lacónico, poco proclive al barullo social que generan las estrellas. Es su carácter, pero le ha dado algunos problemas. Recientemente se han extendido los comentarios sobre el desafecto que ha mostrado hacia sus seguidores, en concreto por su negativa a conceder autógrafos al pequeño ejército de niños que le rodea antes de las grandes reuniones de verano. Johnson admite que ha sido descortés en algún momento, pero explica que su idea de la competición no admite distracciones. "En cualquier caso, pido disculpas si he actuado incorrectamente", menifestó ayer en Sevilla durante una conversación con varios medios internacionales, entre ellos EL PAÍS.Quizá Johnson se ha encontrado con un problema de imagen. Tres años después de su célebre hazaña en Atlanta, donde ganó la final olímpica de 400 metros y pocos días después destrozó el récord mundial de 200 metros con 19,62s -una marca con las mismas resonancias que tuvieron los 8,90 metros de Bob Beamon en México 68-, Johnson no tiene el perfil alto que cabría esperar en un atleta que ha hecho historia por sus marcas y sus títulos. De Atlanta salió rico y famoso. Firmó un contrato de 12 millones de dólares (unos 1.800 millones de pesetas) con la empresa Nike. Pero en los tres últimos años ha sido víctima de las lesiones y de su esquiva naturaleza. Ahora llega a Sevilla sin demasiada fanfarria, atento a los signos que emite su cuerpo y dispuesto a evitar más comentarios con respecto al origen de sus dolencias y a los problemas de relación con el mundillo que rodea al atletismo. "Es verdad que tengo algunos problemas de comunicación, pero eso se debe a mi manera de enfocar las competiciones. Antes de cada carrera sólo pienso en correr. No permito que nada me distraiga", manifestó ayer en sus declaraciones exclusivas para España.
Hijo de un camionero y el menor entre cinco hermanos, Michael Johnson, de 31 años, ha construido su carrera sobre la excelencia y la severidad. Quizá por ello no puede ocultar lo molestos que le resultan los comentarios sobre la naturaleza de sus lesiones, especialmente después de ausentarse a última hora de las recientes pruebas de selección del equipo estadounidense. En el entorno de Maurice Greene se deslizó que Johnson le tenía miedo. "¿Miedo a Maurice? Es una estupidez. Ya sé que la gente quiere rivalidad, y que acabe con él. Pero, ¿qué voy a hacer contra los prejuicios? Nunca me he preocupado de nadie a la hora de competir. Maurice me da igual. Mi única preocupación soy yo". Johnson explicó ayer las causas de sus problemas físicos, problemas que le han afectado profusamente durante las tres últimas temporadas. Su fisioterapeuta, Del Smith, aclaró que las dolencias musculares del atleta tejano se deben a una malformación en la región sacroiliaca de la espalda. "Tenemos que estar muy atentos a su lesión. Aunque todavía no lo es, puede convertirse en crónica en el futuro", señaló Smith, quien hizo un detallado informe de las causas que han provocado las dolencias musculares de Johnson. "Su problema en la parte lumbar afecta al equilibrio de la pelvis, y por extensión, al cuádriceps y al músculo flexor. De vez en cuando, siente la alarma de su cuerpo y se para como medida de precaución". Aunque Johnson ha aprendido a vivir con los dolores, sabe muy bien de los efectos que se provocan al traspasar ciertos umbrales. Le ocurrió en su famoso duelo con el canadiense Donovan Bailey -campeón olímpico de 100 metros en Atlanta y plusmarquista mundial por aquel entonces- sobre 150 metros. Un enfrentamiento con mucho dinero por medio que terminó de forma ruinosa para Johnson. Mediada la carrera sintió un pinchazo en el muslo y no pudo terminarla. Aquella lesión apenas le permitió competir en 1997. Ganó la prueba de 400 metros en el Mundial de Atenas y, por tanto, el derecho a competir en Sevilla. Pero aprendió de aquella experiencia. Meses antes desperdició la oportunidad de conseguir su tercera medalla de oro en Atlanta. En la final de 200 metros notó los síntomas: calambres durísimos en las piernas. Decidió no correr en el relevo de 4x400. Desde entonces, los dolores se han vuelto recurrentes. "Pero nunca me he quejado. No me gusta ir a llorar a los periodistas. Cuando me lesiono, regreso a Tejas con mi gente y me dedico a recuperarme. No quiero excusas".
Después de un mes sin competir, sabe de los comentarios sobre su estado, sobre las dudas que ha despertado con respecto a su participación en los Mundiales de Sevilla. "Tranquilos, estoy perfectamente. Toda mi carrera deportiva la he vivido bajo la presión que significan los récords y los grandes títulos. Sé lo que eso significa. No participé en la reunión de Zúrich porque quería aprovechar esos días para entrenarme y mejorar mi estado físico". Las lesiones no le han impedido volver a dominar la prueba de 400 metros como en sus mejores tiempos. El 13 de septiembre cumplirá 32 años, pero no hay signos inminentes de declive. Esta temporada ha corrido los 400 en 43,92 segundos, la primera en que baja de 44 segundos desde 1996. Nadie más lo ha logrado. Por la cabeza del pétreo Johnson no pasa la incertidumbre de la derrota. Quiere vencer en Sevilla y coronar su carrera en los Juegos de Sydney, donde de nuevo podría aventurarse a correr los 200 y 400 metros. Por eso vigila su cuerpo con suma atención. Y por eso quiere cuidar su imagen, la de un campeón como pocos en la historia del atletismo, autor de una marca -los 19,32s en 200 metros- que parece inaccesible. Mientras tanto, asiste a la llegada de nuevas generaciones y a la despedida, en algunos casos triste, de viejos campeonses, como Linford Christie y Merlene Ottey. Sobre el positivo de ambos, no tiene una opinión concreta. "¿Qué puedo decir? Cuando se habla de la nandrolona -sustancia detectada en Christie y Ottey-, se habla de los anabolizantes, y cuando se habla de anabolizantes se habla de la libertad para comprar estos productos en las farmacias de Norteamérica. No tengo miedo a consumir por equivocación un producto prohibido. Para eso sigo una regla básica: nunca entro en las farmacias. En el problema de las drogas tengo sumo cuidado".
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