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Reportaje:Jornal de agosto

"¿Le doy dos, que le salen más baratos?"

Francisco Agustín Bernabé vende melones y sandías sin cala ni cata desde hace cinco veranos

Las madrugadas de agosto son frías en Madrid. Es lo malo. Lo decía el marqués de la Valdavia: "Lo malo de agosto en Madrid es que por las noches refresca". Por las noches, en Madrid, en el puesto de melones, tarda el sueño en llegar. Lo que son las cosas. Y el melonero se duerme, en el puesto, como las liebres, con un ojo abierto. Por si acaso. Y de noche se piensa en la mujer y en los chicos. Tan lejos.Hay en Madrid, en las mañanas del verano, un olor dulzón a melón maduro que casi se palpa. Y el aire araña en la lona color arena. Es un aire caliente que anuncia un día de fuego.

En agosto, en Madrid, el calor subirá del asfalto como un abrazo de asfixia que, a lo largo del día, te envolverá ardiente y agobiante. Un café mañanero para entonar el cuerpo y quitar de la boca ese sabor espeso de un sueño apenas conciliado. Melones de arrope, oiga. De arrope.

Pero eso era antes. Ya no se duerme entre el dulzor del melón maduro. Ni hay lonas de color arena. Ni siquiera el aire parece tan caliente como antes. En la venta de melones -siguen siendo de Villaconejos- no hay ya la prosa bendita de Aldecoa, cuando la literatura era la rabia de una España en la que el hambre era el único sustantivo con entidad propia. Ahora, todo es otra cosa. Lo dice Francisco Agustín Bernabé Cerezo -"ponga, si quiere, Efe Punto Agustín, que es más corto"-, de 22 años, nacido en Archena (Murcia). Cinco años dedicado a la venta de melones en un puesto ambulante de Madrid.

Ahora, el aire, ese aire caliente de agosto, araña unas paredes metálicas. Y el puesto tiene un aire de diseño de mercado moderno: chapa, hierros con aspecto de haber ahorrado hasta lo inverosímil para que todo, todo, tenga su razón de ser. Hasta los mismos melones y sandías están perfectamente colocados y separados. Han perdido -¡ay!- ese aire un tanto caótico de cuerno magnífico de la abundancia. Y los coches pasan como alucinados por la calle de Hermanos García Noblejas. Ya nadie duerme en el puesto.

Francisco Agustín, o Efe Punto Agustín, soltero, único chico de un matrimonio con tres hijos, dice que él no dormiría nunca entre los melones. Que nunca ha dormido en el puesto. "Eso debía de ser antes. Ahora, se lo aseguro, nadie lo haría". El puesto, en este agosto de 1999, se cierra a las diez de la noche. Y hasta las nueve de la mañana. Es un horario como de oficina. De nueve a tres de la tarde. Y de cinco y media a diez de la noche. Se acabaron aquellos horarios de 24 horas. Se acabó el mal dormir. Y el café de la mañana. Y la cena a la luz de un candil o del cámpingluz, si es que había suerte. Y la radio puesta con el parte.

-Quiero un melón. Pero me lo tiene que abrir.

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-No tengo cuchillo, señora. Y la señora se marcha medio ofendida. Francisco Agustín Bernabé Cerezo la ve ir con un cierto aire socarrón.

-¿Ya no hay melones a cala y a cata?

-Ya no. Pero yo prefiero decir que no tengo cuchillo.

Es un filósofo del marketing. Los melones cuestan a 120 pesetas kilo si te llevas uno y a 100 si son dos. Las sandías son más baratas: a 70 pesetas.

-Además, que estos melones son buenísimos. Debe de ser verdad, porque llega otra mujer y le dice:

-A ver si me das otro como el de ayer, que estaba muy rico.

-Garantiza-dos, señora. ¿Le doy dos pequeños y así le salen más baratos? Y la mujer dice que sí, que bueno, y se va tan contenta con sus dos melones. Un hombre, patriarcal y senequista, oye hablar al muchacho con el periodista. Tiene ese miedo hacia la tinta, hacia lo que puedan recoger después los papeles.

-A ver si luego tu jefe te va a decir algo...

-¿Y qué me va a decir?

-No..., si yo lo digo porque al chico lo conozco hace años. No es que me parezca mal.

Lo dice como justificándose, como quien sabe de sobra que una cosa es una cosa, y otra, otra. Y que a él qué van a decirle.

Francisco Agustín Bernabé Cerezo -o Efe Punto Agustín, que es más corto- cuenta que en invierno trabaja en su pueblo, se busca la vida en la huerta de Murcia, dice. Y que su padre es agricultor. Y que él, también. Y que tiene dos hermanas. Una mayor que él y otra más pequeña. Que él, claro, es el de en medio.

Y cuenta, también, que casi todos los puestos de melones los llevan gentes de Murcia. Que no hay días buenos ni días malos. Que "a veces es de locos. No sabes por qué, un día vendes muchos, y otros días, nada". Y que nunca ha tenido problemas. "Porque esto ya no es lo que era".

-Diga, señora. Son melones buenísimos, señora. Buenísimos. ¿Le doy dos, que le salen más baratos?

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