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DE ESPALDAS AL MARCARLOS P. SIQUIER FOTÓGRAFO

Reflexión ascética en Pechina

verano: Q99Tal y como refleja en sus fotos, no existe trampa ni cartón en su vida. Se muestra, se presenta, habla y vive de sencilla forma y manera, en invierno y en verano, aunque durante el estío huya de la "invasión" turística de las playas que él mismo enseñara al mundo. Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930) no hace preparación, ni montaje, ni teatro en sus fotografías, balance autoasignado a su obra cuando se le solicita opinión. Esa sencillez en las formas y en los medios para lo profesional se mantiene en insólita coherencia para lo particular. La casa-cueva que cobija al descubridor -prefiere denominarse a sí mismo de este modo- es casi museo etnográfico que le mantiene vivas las raíces históricas. Desde hace más de 20 años el autor se reencuentra consigo mismo, para "pensar" sobre el trabajo realizado, en el barrio de El Ruiní, del municipio almeriense de Gádor. Este ámbito, testigo milenario de la grandeza del valle de Pechina allá por el siglo XII, cruza su presente austero con un esplendoroso pasado repleto de huertas, jardines, molinos. Embarcaciones de Alejandría y Siria eran enviadas a Almería para cargar sus bodegas de utensilios de hierro y cobre y de frutos procedentes del valle que se vendían a bajo precio. Este enclave del esplendor árabe almeriense también ofrece al fotógrafo alivios estivales: "El mar lo tengo a seis millas y me llega su brisa. Por eso, esta casa se llamaba y se llama Briseña". Lo de esconderse en una casa mitad cuadra, mitad cueva, habilitada para días de descanso, no está exento de cierta "culpabilidad" en su particular contribución al desarrollo turístico almeriense. "Ahora me siento inquieto porque observo que mi contribución a publicitar rincones paradisíacos de Almería ha hecho cambiar este paisaje con la llegada de una civilización depredatoria". Así, renuncia a su predilecta playa de Los Muertos, ubicada en Carboneras, y muda sus paseos hasta el arenal de Macenas, en Mojácar. Allí se consuela de poder todavía contemplar las lunas llenas bajo el misterio telúrico y esotérico que le asocia. "La luna te manda mensajes que te hacen ver que incide en las cosas cíclicas: en la mujer, en las cosechas, en el misterio de la creación", explica. Pérez Siquier contempla la vida parapetado de forma indefinida detrás de un objetivo, incluso cuando no lleva encima la cámara. Menciona a Walker Evans para identificarse con su universo más próximo. "Las cosas salen a mi encuentro", explica, "y he procurado tener un tratamiento auténtico con la gente y con el pueblo, que hubiera una cierta comunicación para que no me considerasen un intruso". En ese dejarse sorprender, el viajero incansable procura conocer los buenos frutos de la provincia. El calamar de El Alquián, la gamba roja de Garrucha, el salmonete de San José o los vinos de Fondón, Laujar y Lucainena de las Torres. En esencia, las "pequeñas cosas" que hacen grande y sustanciosa la existencia. La voluntad por mantenerse "genuinamente sincero" en su trabajo gráfico le hace reconocerse cierta singularidad como autor. Sabe que la fotografía es un invento muy reciente y que su aportación será considerada, en breve, como algo primitivo en una era abocada a la digitalización. "Los que nos hemos anticipado a realizar unas imágenes que algunos llegan a confundir con lo ritual realmente somos el cordón umbilical", apunta. No sin cierta resignación, el descubridor visual de fin de milenio se lamenta de los éxitos tardíos y lejanos, anhelados en su juventud. Un consuelo grande y sereno envuelve al descubridor de imágenes en su vida y trabajo presente: haber tenido la suerte de comprar su libertad.

Peso del pasado

La experiencia de uno de los fundadores del grupo Afal, estandarte de la joven fotografía española de los años 50, es un arma amiga y también maldita. "La ventaja que yo tengo es el triste privilegio de la edad", asegura Pérez Siquier. Sobre su inquietud artística presente, de contar con 40 años menos, responde rotundo: "Fotografiaría la transformación de la sociedad, de la juventud, el ambiente de la movida y bares de copas. La belleza constreñida de la joven mujer". Este ilusorio juego con los años no tiene nada de envidiable con su momento profesional actual. Pérez Siquier prepara una exposición en Barcelona para el próximo otoño con nueve fotógrafos españoles de tres generaciones distintas. De otro lado, el Teatro del Estado en Munich ha seleccionado una de sus fotografías para ilustrar la obra Anfitrión, de Molière. Los textos que acompañan a la imagen pertenecen a Kafka, Freud, Borges y Virginia Woolf. La foto, titulada Jumelles en la barraca, la disparó en la Feria de Almería y formó parte de un catálogo para la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París. "Los derechos de autor por aquel trabajo me han proporcionado mi primer cheque en euros", comenta entre sonrisas.

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