Una versión de "El príncipe Ígor" entusiasma en Santander
La fórmula "ópera en concierto" resulta siempre problemática, pues amputa a la obra interpretada de parte de sus valores sustanciales: los propios de la representación. Resulta útil, en cambio, a la hora de conocer partituras históricas cuando no se tienen las posibilidades propias de un verdadero coliseo lírico.Por significación y complejidad, El príncipe Igor, de Borodín, es uno de esos casos y no seré yo quien ponga peros, en principio, a la divulgación de un título sólo conocido a través de las danzas polovsianas.
La formación de la ópera nacional búlgara, que dirige Plamen Kartaloff, con el maestro Giorgy Notev en el pupitre y un cuadro de cantantes que van de lo aceptable a lo extraordinario, ofreció la noche del jueves en el Festival Internacional de Santander una versión limpia de este príncipe ruso y, a la vez, del espíritu que animó el nacionalismo musical, impulsado por el Grupo de los Cinco de San Petersburgo y que explotó anteriormente en la obra de Glinka, curioso animador de lo nacional ruso y de lo español después de su viaje por Castilla y Andalucía.
Partituras señeras
Lo cierto es que el triunfo de ese nacionalismo en sus partituras señeras -El gallo de oro, de Rimski; Boris Godunov, de Musorgski; y El príncipe Igor, de Borodín- obtuvo inmensa resonancia en toda Europa, pero se convirtió en incitación palpitante en el caso de los países periféricos.Además de las danzas, El príncipe Igor muestra coros muy hermosos, arias y melodías de clara raíz tradicional y raro poder evocativo. En cuanto al tratamiento del conjunto, es sabido que muerto Borodín sin rematar su obra pusieron en ella sus manos Rimski, Glazunov y algún otro.
La ópera búlgara ha armado su versión con vistas al concierto y lo ha hecho con inteligencia y eficacia, aun cuando la mayoría estimó que no era necesario el coro final, después de la brillante apoteosis de las danzas.
En el reparto, tuvimos dos figuras fundamentales: la moscovita Marina Lapina, estrella del Bolshoi, una Yaroslavna de primerísima categoría, gracias a la densa coloración de la materia vocal y la excelente expresividad del fraseo musical, amén de una dramaturgia que nos hizo soñar con la escena.
El otro gran nombre fue el bajo búlgaro Nikola Ghiuzelev. Su materia carnosa, su dicción insinuante, su nobleza de estilo, permanecen intactos a través de los años. Fue un príncipe Galitski ejemplar. Todo fue muy bien en el caso de Konstantinov, Danailov (un interesante príncipe Igor), Momirov y el resto del reparto, incluidas las formaciones coral y orquestal y el impulso del experto maestro Notev, que fuera discípulo de Iliev en Bulgaria, y de Markevich y Maderna, en Italia.
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