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No hay más que ver

IMANOL ZUBERO ¿Sirve para algo denunciar y rechazar la violación de derechos humanos? Es una pregunta que me han hecho cientos de veces. Para algo servirá cuando cuesta tanto hacerlo. Para algo servirá cuando absolutamente todas las personas que han visto colmado su personal vaso de indignación moral no han encontrado otra forma de manifestar su hartazgo que mediante su rechazo. En ese momento la denuncia aparece como única alternativa a la renuncia (moral). Es cierto que rechazar y denunciar un hecho no modifica el hecho en sí. La denuncia no es una fórmula mágica que, sólo con ser invocada, modifique la realidad. También es cierto que equilibrar la balanza de la condena es prácticamente imposible, que hay denuncias que se realizan con toda nuestra fuerza, denuncias que se hacen con la boca pequeña, denuncias que no llegan a ver la luz. Todo eso es cierto. Pero ninguna de esas contradicciones es imputable a la acción de denunciar, sino a quien denuncia utilizando siempre distintos raseros en interés propio. En cualquier caso, ¿puede no condenarse la tortura?; ¿tenían razón los que se empeñaban en contextualizar los asesinatos de los GAL?; ¿hay que ponerse de acuerdo en las "causas" de la dispersión antes de poder denunciarla? Ha dicho Arnaldo Otegi que las expresiones de rechazo o denuncia se sitúan fuera de la lógica y la reflexión política de la izquierda abertzale. Se referirá al rechazo y denuncia de las acciones de violencia protagonizadas por esa misma izquierda abertzale; de no ser así no lo entiendo, porque no hay cultura política más dada a la denuncia, al rechazo y a la condena que la representada en estos momentos por Otegi. Es la vieja tesis que mantiene que no hay que fijarse en las consecuencias de la violencia, pues lo único que realmente importa son sus causas. Amparados por la falaz reducción de la denuncia de la violencia a huero testimonialismo, la izquierda abertzale ha hecho siempre gala de su actitud absolutamente contraria a rechazar públicamente los actos violentos (sólo los cometidos por ETA y su entorno, insisto). Quien espera desespera. Hay una intuición del budismo que, atemperada, no deja de ser una recomendación muy acertada: si no quieres sufrir, no desees. Es la práctica del desapego. Veinticuatro horas de esperanza han dado paso a una nueva desesperanza. ¿Pero, era razonable la alharaca organizada por la firma de los concejales de EH en Vitoria de un documento rechazando determinados actos de violencia callejera? Si tan fácil fuera caerse del caballo en el camino que cada cual hace hacia Damasco a San Pablo le llamaríamos Pablito (sí hombre, el chico ése de Tarso). Estos días pasados ha quedado claro que en su posición ante la violencia EH no va a avanzar ni un milímetro más allá de lo expresado en el acuerdo de legislatura firmado con PNV y EA. No va a hacerlo porque el abandono de la violencia desde hace un año responde a un movimiento estratégico: es mucho más que una maniobra táctica, pero mucho menos que un avance ético. Como en la vieja fórmula de Clausewitz, para la izquierda abertzale política y violencia han sido siempre medios complementarios. La violencia ha sido la continuación de la política por otros medios; la política la continuación de la violencia con medios distintos. La única discusión de fondo ha sido sobre los tiempos de cada una. También ha quedado clara otra cuestión: que la violencia (pasada, presente o futura, tanto da) sigue sirviendo como argumento para hacer o no hacer política. Durante las escasas veinticuatro horas en las que se mantuvo la ilusión (en los dos sentidos del término) de que Euskal Herritarrok había condenado institucionalmente la violencia fueron mayoría los políticos y articulistas no nacionalistas que, a pesar de valorar el hecho, consideraron que no era suficiente. Todos querían más. Deberían saber que el strip-tease no va a ser total. Y que seguir pidiendo a voces que se lo quiten todo es la mejor manera de mantener fijados los focos sobre un escenario en el que ya no hay nada más que ver.

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