El sueño de ser Rivelino

Al paso que va, la salida de Ronaldinho es cuestión de días, quizás de horas. El Gremio de Porto Alegre, su club en Brasil, se hace el duro, hasta se ha permitido colgar en el exterior de su estadio una curiosa pancarta: "Nosotros no vendemos a nuestra figuras, no insistan". Pero el chico, 19 años, hace cosas que complican su continuidad. Agarra un balón en la frontal, desentierra el regate de cola de vaca que se fue de Europa con Romario y mejora la jugada con una vaselina sublime -eso dibujó el domingo durante la semifinal ante Arabia en la Copa FIFA y la acción ya ha dado la vuelta al mundo-; o coge la pelota, le tira dos sombreros dentro del área a dos rivales y marca un gol de bandera -así lo hizo contra Venezuela en la Copa América-. Frente al televisor, a los clubes europeos, los del dinero, los ojos les hacen chiribitas. Han llegado a ofrecer por él 4.000 millones, pero el Gremio resiste. La lista de fichajes más caros de la histora está a punto de saltar de nuevo por los aires. Ronaldinho Gaucho -no confundir con su tocayo Ronaldo Nazario de Lima, el del Inter- pasó inadvertido por el Mundial Juvenil de Nigeria. Desde luego hizo mucho menos ruido que los Gabri, Xavi, Pablo, Barkero, Orbaiz y compañía, el grupo de chavales españoles que se llevó el oro. Pero cuatro meses después, nadie se acuerda de los nuestros y sí de Ronaldinho y sus goles, de su asalto a la delantera del equipo absoluto de Brasil. Primero en la Copa América y ahora en la Copa FIFA, cuya final juega mañana en México. Mientras espera, lee la biografía de su ídolo, Rivelino -"quiero ser como él, pero en diestro"-, sospecha que ya no podrá comer tranquilo hamburguesas frente a su casa, su gran vicio, y proclama por si acaso -Ronaldo le alertó sobre la fama: "van a colocarte historias"- que no tiene novia. Se refiere a que no tiene chica, porque novias futbolísticas le empiezan a salir a pares.