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Tribuna:EL PERFIL
Tribuna
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JESÚS VALENZUELA El choto y la maleta

N adie lleva las cuentas, pero son muchos los chotos condenados a muerte a causa de la elección de Jesús Valenzuela como concejal del Partido Andalucista en el Ayuntamiento de Granada. Valenzuela agradece cada felicitación con la promesa de guisar un choto. No ha llegado, gracias a Dios, a organizar una hecatombe que, como nadie ignora, es el sacrifico de cien bueyes, pero no hay que descartarla si un día el practicante de las minas de hierro de Alquife incrementa la autoridad política. El concejal que ha dado a la izquierda la oportunidad de gobernar en el Ayuntamiento de Granada acumula cerca de treinta cargos institucionales, algunos, en verdad, raros, y que apenas requieren una reunión anual, pero otros de importancia capital, como los relacionados con la cultura, el turismo y el deporte. Valenzuela es un tipo de decisiones rápidas. Su infancia transcurrió en una barriada con las fachadas y el suelo manchados por el color de la herrumbre: la barriada de Begoña, en el poblado minero de Alquife. La familia residía en una de las viviendas que rentaba la compañía a los mineros. Al concejal, como al resto de los jóvenes de la comarca del Marquesado, sólo le quedaban dos opciones: trabajar en la extracción del hierro y que, como a su padre, las limaduras le destrozaran los pulmones o huir. Valenzuela emigró a los 17 años a Bilbao. Llevaba consigo a su novia y una maleta de madera con los artículos imprescindibles. Durante dos años trabajó en Bilbao en los menesteres que el azar le ponía en las manos. Dos años después, ya casado, cogió de nuevo la maleta de madera (una maleta que ha ido ganando con los años poderes espirituales entre los hijos de la emigración hasta el punto de que en las pasadas fiestas del Corpus fue exhibida como un tótem en la caseta del PA) y se trasladó a Barcelona donde, en horario nocturno, se matriculó en la Escuela de Enfermería. Entre la colonia andaluza en Cataluña ya asomaba cierto espíritu de resistencia frente a una cultura que consideraban extraña y que absorbía cualquier síntoma de diferencia. Con 23 años obtuvo su primer empleo como practicante en la Mutua de Tarrasa. Mientras, él ponía sus primeras inyecciones, en la Universidad barcelonesa los hijos de los emigrantes andaluces pusieron en marcha un tímido movimiento de exaltación nacionalista. La Asociación de Estudiantes Andaluces en Cataluña nació en medio del fragor de la vuelta de Josep Tarradellas y el renacimiento de la Generalitat. En la asociación estaba un joven estudiante de Medicina, José Vela, actual secretario local del PA de Granada y uno de los apoyos claves de Valenzuela. Vela tendió la mano al practicante y lo aupó al carro del nacionalismo. La asociación consiguió medio millón de pesetas de la Generalitat y un local, y los directivos se esforzaron en mostrar los síntomas de su propia identidad nacional. El estreno de Quejío, de La Cuadra de Salvador Távora, en el teatro Poliorama, fue uno de aquellos acontecimientos inolvidables. Al poco tiempos, sin embargo, Valenzuela notó que sólo le quedaban dos opciones: o integrarse en el sistema catalán y renunciar a la identidad que con tanto ahínco defendía o huir. Valenzuela y un grupo de amigos optó por el regreso. De nuevo la maleta de madera, pero ahora para un viaje gozoso. En 1978 llegó a Alquife con una hija, el título de practicante y el carné del Partido Socialista Andaluz en el bolsillo. Aceptó trabajar en el dispensario de la mina, pero sus inquietudes políticas se vieron frenadas: no halló los nacionalistas necesarios para poner en pie una candidatura. Un empleado de la mina le ofreció un puesto como independiente en la candidatura del PP. Aceptó de inmediato. Fue elegido concejal de la primera corporación democrática de Alquife. En la segunda, como líder del PSA, obtuvo la alcaldía y repitió cuatro años después. La mina había decaído y su cierre era inminente. Casi nadie aceptó aquel destino inevitable. Valenzuela sí. Se puso manos a la obra y buscó una industria alternativa. Recibió una oferta para montar una fábrica relacionado con el aluminio. Crearía decenas de puestos de trabajo, pero a cambio produciría una contaminación, según ciertos estudios, grave. Fue vapuleado por la oposición y se retiró en silencio, en medio de huelgas y manifestaciones. Por si fuera poco, la crisis dividió a los andalucistas. Él optó por el partido de Pedro Pacheco. Aquella etapa le supuso una gran notoriedad en la provincia. Cuando el pacto entre el PA y el PSOE requirió un delegado de Turismo y Deportes en Granada el designado fue él. Durante tres años trabajó duro, hasta que se abrió la posibilidad de concurrir a las elecciones en la capital. El 13-J lo convirtió en la persona clave para decidir a manos de quién iba la alcaldía. Nunca dudó que apoyaría al PSOE. Ahora, mientras compromete chotos al ajillo, lleva un concejal del PP pegado a los talones.

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