El agosto liberal
JULIO SEOANE Según señalaba el presidente Zaplana hace pocos días, citando a alguien, lo que se puede esperar de un país democrático es que la mayoría de la gente diga "nos sentimos bien y esta es nuestra casa". Está claro que ni el presidente ni alguien pensaban concretamente en la opinión pública de agosto, porque en ese mes la gente sostiene todo lo contrario: no me encuentro bien, me siento cansado y quiero salir de mi casa. En este sentido, agosto parece ser el mes menos democrático de todo el año. No he conseguido saber si el autor mencionado, el filósofo Charles Taylor, escribió la cita antes o después de pasar por Alicante, recién terminado agosto, a principios de septiembre de 1981, como invitado de un congreso de Filosofía organizado por la revista Teorema. Lo más probable es que la escribiera durante su estancia y después de saborear una suculenta paella: nos sentimos bien y esta es nuestra casa, evidentemente. Pero, como ya dije, esto casi nunca ocurre en agosto. En esta época nos sentimos agotados, estamos fatigados y queremos novedades, viajes y estímulos que nos despierten de la rutina cotidiana. El cambio es tan drástico que a veces resulta peligroso. Es difícil sobrevivir a las vacaciones, pero todavía es peor el regreso, la vuelta a casa. Terapeutas, psicólogos, médicos, pedagogos y demás especialistas en el otro, nos advierten de los riesgos y amenazas de la reincorporación al trabajo, de la vuelta a la escuela, de las fricciones familiares. Siguiendo la moda actual, acabarán haciéndonos una prueba psicotécnica para garantizar nuestra correcta incorporación a la vida civil. Me van a permitir que les ahorre el especialista, resumiendo lo que nos ocurrirá en agosto con unas líneas entresacadas de Thomas Mann. Los primeros días de permanencia en un lugar nuevo, dice, tienen un curso joven, es decir, robusto y amplio y son unos seis u ocho días. Pero luego, añade, se nota con espanto cómo los días se van convirtiendo en ligeros y furtivos y la última semana -de cuatro por ejemplo- es de una rapidez y de una fugacidad inquietantes. Cuando regresamos a casa, sentencia el escritor, al cabo de veinticuatro horas es como si no nos hubiésemos marchado nunca y el viaje no hubiese sido más que el sueño de una noche. Final de cita, final de agosto y, quizá, final del viaje liberal. Sin embargo, y precisamente por la brevedad del viaje, es conveniente defender agosto ahora que la Comunidad Valenciana se va a convertir, según dicen, en el trampolín para la nueva corriente liberal. La industria del tiempo libre, de las vacaciones y del ocio constituyen un buen ejemplo de la gestión privada de un servicio público, aumentando las oportunidades de cada individuo para que pueda desarrollar todo su potencial de diversión y de desarrollo personal. De esta forma, Valencia se está transformando en el gran agosto liberal, un tiempo que no se pasa ni bien ni en casa, pero que nos lleva al límite de nuestras posibilidades privadas. Es muy probable que muchos valencianos recordemos este agosto del 99 como un sueño de verano, pero mientras tanto no hay duda de que algunos habrán hecho su agosto liberal con esto de la gestión privada.
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