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Alfonso

J. FÉLIX MACHUCATodo parece indicar que la jugada de su vida será la de hacer la pared con su padre, irse por la banda de Despeñaperros y dejar sentado sobre el césped del Villamarín a un Lopera abierto de piernas. Por debajo de las cachas, como dicen los clásicos, Alfonso Pérez Muñoz, el mascarón de proa de un Betis convulso, acaba de hacer las paces con su intratable marcador, pero nos da el pálpito de que esa pipa tiene poca sustancia y menos consistencia. El estado natural de Lopera es la crispación. Si fuera un niño y hubiese que hacerle un regalo de cumpleaños, siempre soñaría con unas botas de agua para practicar su diversión favorita: meterse en todos los charcos. Odia la paz, la tranquilidad, la serenidad. Cree, al igual que Breton, y la cita no es de Jaime, sino del otro, que la belleza para serlo debe ser convulsa. Y en esos principios estéticos se mueve. Cuando el paisaje se aterciopela y el alma se serena, Lopera abre la caja de los truenos, espera a que el piso se llene de charcos y, más contento que unas pascuas, se calza sus botas y se mete en todos los que ve reclamando la atención. En la casa prestada de Heliópolis se ha esculpido un busto a mayor gloria de sí mismo. Bajo el indomable ego de su personalidad se esconde la patente de ese huracán Mitch que acaba de desguazar los cimientos veraniegos del Betis y del beticismo. A ese impagable esteta local que es el escultor Miguel García habría que pedirle una fotocopia del grupo que acaba de labrar para el Ayuntamiento de Ermua. Con esos bronces Miguel García reflexiona sobre la necesidad de diálogo, sobre la necesidad de civilizar los impulsos y domeñarlos para hacerlos más humanos. Ese conjunto, y no su busto, es lo que debe presidir el tabernáculo bético del Villamarín. Un homenaje a la paz, a la concordia, a la serenidad. Un homenaje a la inteligencia. Un canto a la filigrana y no al pepinazo. Por las tierras del queso y los tulipanes hemos podido ver a un Alfonso cabizbajo y meditabundo. Han hecho las paces pero es esa paz tan frágil como la rodilla que en los últimos tiempos ha lucido Alfonso. En cualquier caso siempre habrá que estarle agradecido a Monteseirín por haber parado el edificio del Prado. Si a Lopera le da otro arrebato, que le dará, Alfonso ya tiene sitio donde poder jugar a la pelota.

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