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Playas

E. CERDÁN TATO Mientras muchos veraneantes se esconden de sí mismos, en una multitud, con el agua hasta más arriba de la celulitis y de los fluidos íntimos, la memoria pone a los nostálgicos frente al espejismo de una cala solitaria. Pero la memoria ha caído en el más absoluto olvido. De ahí, la indefensión de estas criaturas que se mueven entre la audacia y el recogimiento de la mística: en las aguas de la cala perdida, hace apenas una década, ahora en lugar de darse con un preservativo, se pueden estrellar contra todo un subsecretario haciendo la plancha. Son los frutos amargos de la democracia. Antes, de subsecretario para arriba hacían la plancha, y se orinaban, en las piscinas de sus residencias. Pasado algún tiempo, hasta los de siempre, y en vista de que no había más narices que transigir, sacrificaron corbata y americana, y se pasearon a cuerpo, entre la ciudadanía de a pie, rodeados de gorilas: se afiliaron a la democracia de las mangas de camisa. Pero las cosas empeoraron cuando les pegó la fiebre del centro. Consultaron entonces a sus asesores y sus asesores les dijeron que durante el invierno el centro estaba hecho picadillo entre la oficina, la fábrica, el bar y la liga de campeones; pero que en verano se despellejaba colectivamente, en las playas. Y los políticos se apuntaron a la democracia de los filtros solares y de los baños de mar. En agosto, ministros y senadores del Reino, consejeros autonómicos y secretarios de Estado, diputados y presidentes de Gobierno, abandonan sus piscinas, se meten en el Mediterráneo y piden el voto, mientras chapotean o alivian sus vejigas, como cualquier elector. Quizá convenga revisar los criterios de quienes otorgan las banderas azules a las arenas más limpias y seguras, porque con tanto cargo público a remojo, hasta el levante apesta a sobaquina de cámara, de comisión o de consejo. Un remedio puede ser acotarles una playa, como a los nudistas. Y no porque muestren sus partes pudendas, que eso tampoco impresionaría a nadie: es que a muchos se les marca descaradamente el riñón, el sillón o el escaño, y eso sí que es un espectáculo tan tórrido que te puede abrasar hasta los párpados.

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