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Un puente separa a serbios y albaneses en Mitrovica, símbolo de la división de Kosovo

Jorge Marirrodriga

ENVIADO ESPECIALLos cien metros del puente que divide la ciudad de Mitrovica en dos se han convertido en el involuntario símbolo del nuevo Kosovo. A ambos lados, serbios y albaneses se miran, gritan y desafían. Entre ellos, los soldados franceses de la fuerza internacional para Kosovo (Kfor) no permiten a casi nadie que cruce la estructura. A pesar de las palabras de los representantes internacionales sobre la necesidad de construir un Kosovo donde estén representadas todas las etnias, la Kfor ha optado por dividir de hecho la ciudad de Mitrovica.

Mitrovica era, antes de la guerra, una ciudad de 60.000 habitantes con una importante minoría serbia de 10.000 personas, que en su mayoría vivían al norte del río Ibar. Cuando comenzaron los ataques aéreos de la OTAN se desencadenó una brutal represión policial. Además de incendiar numerosas viviendas de albanokosovares, las fuerzas serbias emplearon excavadoras para completar la destrucción; calles enteras quedaron como un solar y miles de civiles fueron obligados a huir.Tras la entrada de la Kfor, los serbokosovares decidieron permanecer al norte de río. Algunos huyeron hacia Serbia, pero otros llegaron procedentes del resto de Kosovo; en el norte de Mitrovica constituyeron su baluarte.

"Ellos disponen de todo. Sus viviendas están intactas. Tienen agua, luz y teléfono y beben mientras se ríen de nosotros. Incluso poseen armas y los franceses pretenden que sólo pasemos tres personas y desarmadas", se queja Servete Krustemi, una joven que intenta que los soldados franceses le permitan cruzar el puente "para colocar la bandera albanesa en el otro lado de la ciudad".

Al contrario de lo que ocurre en otras zonas de Kosovo, donde los serbios se han visto obligados a refugiarse en guetos, en Mitrovica, la parte en la que habitan no ha resultado muy dañada. Disponen, además, del único hospital de la zona, que se ha convertido en otro campo de batalla. "Los franceses sostienen que sólo pueden pasar tres personas [albanesas] al hospital; es ridículo", se queja Fatmir Sollova.

"Muchos albaneses desean cruzar el río para crear problemas", explica el capitán de navío francés Bertrand Bonneau, al mando de un destacamento de unos 50 hombres que se ha apostado a ambos lados del puente. "Estamos protegiendo a todos los albaneses que quieren ir al hospital. Incluso hay 170 albaneses que trabajan allí y a los que les facilitamos escolta, si la solicitan". Mientras el militar francés habla, los albaneses comienzan a silbar a los soldados acusándoles de colaborar con los serbios. "Siempre lo han hecho", añade Krustemi, que lleva la voz cantante del grupo. "Ahora no somos libres. Somos un país ocupado".

Al otro lado del puente, una veintena de serbios se sientan con actitud desafiante en la terraza de una café llamado La Dolce Vita. Desde allí montan guardia para evitar la entrada de albaneses en su zona. Cuando ven que uno se acerca cruzando el puente más de lo que creen conveniente avisan a los soldados de la Kfor del lado norte, que interceptan al albanés. En esta parte de la ciudad las casas están intactas, no hay prácticamente cristales rotos y todo parecería normal si no fuera por la numerosa presencia del Ejército francés, mucho más visible y mucho menos relajada que en la zona sur de la ciudad. Según reconoció la semana pasada el portavoz de la Kfor en Pristina, comandante Jan Joosten, las provocaciones de la población serbia hacia los soldados franceses aumentan día a día. Cada jornada se produce además un cruce de insultos, gestos amenazantes y ondear de diferentes banderas entre ambas orillas de la ciudad. Los hombres bajo el mando del general Bruno Cuahe lo niegan y dicen que "la situación es normal".

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Según los albanokosovares, antes de la guerra el 70% de la población del barrio al norte del río era de su etnia. Según el capitán Bonneau no superaban las 500 familias. No es posible saber cuantos albanokosovares han quedado en la otra orilla. "Claro que quedan. Aquí hay padres de familia que no pueden cruzar para saber cómo están sus mujeres y sus hijos", relata Agron Dede, uno de los líderes locales.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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