_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Madame Chauffat cantaba tangos VALENTÍ PUIG

Sería de agradecer que alguien escribiera una biografía de Aurora Bertrana sin paréntesis piadosos ni apriorismos feministas, como podemos conocer la verdadera vida de Jean Rhys, una escritora en tantas cosas comparable a aquella muchacha de Girona que fue violoncelista, esposa transitoria de Monsieur Chauffat y autora de un puñado de libros sensuales y libres. Aparece fotografiada con un perro a sus pies, vestida como una muchacha tahitiana, tan bella como convencida de la existencia del buen salvaje. Un reciente número de la Revista de Girona dedicado principalmente a conmemorar el cuarto de siglo de la muerte de Aurora Bertrana (1892-1974) esboza un retrato con zonas deliberadamente a oscuras, insinuante y a la vez políticamente correcto. Tan sólo queda perfilada a medias la osadía vital de Aurora Bertrana y la sucesión rocambolesca de amistades y extrañamientos. El lector hallará muy pocas obras de Aurora Bertrana en las librerías, tal vez la reedición de Paradisos oceànics y uno de los volúmenes algo polvorientos de sus memorias. Como escritora, la hija de Prudenci Bertrana iba a ser alentada tardíamente por su padre. Al principio, el padre incluso quiso apartarla de la literatura y encaminarla hacia la música. Si así lo hacía un artista como Bertrana, poco hay que echarle en cara al realismo del señor Esteve. En 1923, Aurora estudia pedagogía musical en Ginebra. Canta flamenco en una emisora de radio ginebrina y arrastra su violoncelo hasta una cafetería para entretener a la parroquia con un cuarteto de amigas. Cruza la intemporalidad un eco de la orquesta de señoritas. Con mayor potencial de turbulencia, aparece el ingeniero Chauffat. En un hotel de Chamonix, Aurora toca jazz y canta tangos. Leer La boda de Pierre Loti fue la premonición provocada por Chauffat para que la joven violoncelista se entusiasmase por Tahití. Después de considerar la alternativa de un contrato para el Congo, el ingeniero eléctrico se llevaba a su joven esposa al paraíso polinésico, para tres años que la memoria de una escritora en ciernes no podría olvidar. Vivieron en Papeete, felices. Desde Tahití, ella escribe cartas explicando la personalidad de su marido, un tipo concentrado y silencioso, con aspecto de aburrido, pero espontáneo y alegre en la intimidad. Para mí que Chauffat, aunque sólo sea indirectamente, es uno de los personajes más intrigantes de la literatura catalana. A los 30 años, Aurora Bertrana se veía como una niña en manos del hombre que amaba y que se merecía todos los sacrificios y renuncias. De una primera visión del paisaje tahitiano desde el hotel Tiaré provienen las páginas de Paradisos oceànics, un libro cuya primera edición se agotó en dos semanas, en 1930. A su regreso a Barcelona, en las conferencias de Aurora Bertrana sobre la Polinesia, Denis Chauffat pasaba las diapositivas. Intriga saber hasta qué punto la relación entre Aurora y Chauffat pueda tener algún paralelismo con el tempestuoso vínculo entre la joven Colette y Willy. Aurora hace un amago masónico, es candidata republicana, intenta fundar una universidad obrera femenina. Escribe artículos de los que alguien dijo que respiraban un aire de libertad absoluta, impregnada de cóctel, de tren expreso, de transatlántico, de todo menos de chocolate con melindros. En aquellos años publica un libro -L"illa perduda- escrito a cuatro manos con su padre. Viaja a Marruecos y escribe El Marroc sensual i fantàstic. Después de la guerra civil, en el exilio, siente la tentación del suicidio. Es el gran desarraigo, un atisbo de aquella vida vulnerable y nómada que fue la biografía de Jean Rhys. Aurora trabaja como doncella de una aristócrata rusa. Luego está en la Cruz Roja internacional. Pasa dos años en Prada, cerca de Pompeu Fabra. Persiste una clara preferencia por los amigos con sempiterno uniforme de intelectual o poeta, como Nicolau d"Olwer o Ventura Gassol. Después de 12 años, vuelve a Barcelona. Publica con cierta intensidad, alejada del mundo catacumbal de la cultura resistencialista. En Girona, tiene sus más y sus menos con el veredicto del premio de novela Prudenci Bertrana. En 1965, cuando publica Oviri i sis narracions més dedica el libro a Caterina Albert, quien ya llevaba un cierto tiempo sin hacer de Víctor Català. Habían estado hablando largamente sobre animales domésticos y los relatos de Oviri son un delicioso catálogo de gatos, perros y otras bestias entrañables. En el prólogo, Domènec Guansé -siempre tan ecuánime- sostiene que esos animales son los personajes que Aurora Bertrana ha descrito con más deleite y plasticidad, con un sentimiento de convivencia. Observando a un gato salvaje desde la veranda está la escritora, la mujer de una energía existencial y literaria que merecería más reediciones y lectores aunque sólo fuese porque las islas de coral y las túrgidas bailarinas tahitianas ocuparon su lugar en una literatura que más bien abundaba en ruralismo con escopeta de cartuchos, sadomasoquismo noucentista y novelas con piano de cola y mundanidad de cartón piedra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_