El éxodo de Bonn
Bonn está de mudanza. Los enormes camiones que invaden la ciudad y el barrio residencial de Bad Godesberg se llevan hacia Berlín los enseres laborales y domésticos de los funcionarios, los diputados y el Gobierno, portes presupuestados oficialmente en 20.000 millones de marcos (1,7 billones de pesetas). Desaparece así una parte muy importante de la identidad política y cultural de esta ciudad, sede del Ejecutivo y el Legislativo en la República Federal de Alemania durante medio siglo e inquieta ahora por su futuro.Gerhard Schröder nunca se mostró muy entusiasmado durante su estancia en Bonn. Tras acceder a la cancillería, se escapaba en cuanto podía a Hannover, ciudad en la que ha seguido viviendo su esposa, Doris. Pero estos días, el primer ministro se ha contagiado de la nostalgia que vive la ciudad. Tras regalar a la alcaldesa de Bonn la escultura de Henry Moore instalada en el patio de la cancillería, Schröder se despidió ayer del Rhin.
En mangas de camisa, el canciller se subió a la bicicleta y, acompañado por un equipo de 35 diputados, secretarios de Estado y funcionarios del Gabinete, su puso a rodar junto al Bundestag (sede del Parlamento Federal hasta su clausura el pasado 1 de julio). Tras casi una hora de pedaleo bordeando la ribera del río, la comitiva llegó a la casa de Konrad Adenauer -el primer canciller alemán de la posguerra-, en Rhöndorf. Schröder, que pasará tres semanas de vacaciones en Italia, se incorporará el lunes 23 de agosto a trabajar en Berlín. Cuando se siente a la mesa en la antigua sede del Consejo de Estado de la RDA, histórico local desde donde Karl Liebknecht proclamara la república socialista en 1918 y que posteriormente ocupara el dirigente comunista Erich Honecker, ya se habrán instalado los 275 funcionarios que forman la plantilla de la cancillería. Pero esta situación no durará mucho. A mediados del 2000, Schröder tendrá que volverse a trasladar, esta vez a la cancillería definitiva, un lujoso y costoso edificio. La factura de la gran mudanza incluye capítulos muy polémicos, ya que las prisas por instalarse este año en Berlín han obligado en buena parte a efectuar dos traslados en el curso de pocos meses, uno de ciudad y otro dentro de Berlín. Esta operación, más simbólica que práctica, está en contra de la filosofía del nuevo plan de austeridad del ministro de Hacienda, Hans Eichel, que pretende ahorrar 30.000 millones de marcos (2,5 billones de pesetas) al presupuesto a base de podar los gastos de todos los ministerios.
La envergadura de la mudanza es impresionante. Hasta el 31 de julio se trasladan a Berlín 669 diputados y más de 3.000 funcionarios del Bundestag, y la expedición que les acompaña equivale a 27 trenes de mercancías. Durante dos años, entre 2.500 y 3.500 funcionarios vivirán en un constante puente entre Bonn y Berlín. Finalmente, se prevé que sean 8.350 los funcionarios instalados en Berlín. En Bonn se concentrarán varias instituciones, hasta ahora dispersas por Alemania, que mantendrán ocupados a más de 10.000 funcionarios. Pero los costes de la mudanza no afectan sólo al erario público.
El Partido Socialdemócrata alemán (SPD) anunció esta semana en Berlín que deberá restringir gastos para hacer frente a los 15 millones de marcos (1.275 millones de pesetas) que invertirá en el traslado. Una caravana de autobuses rojos del SPD cruzará desde Bonn a Berlín del 19 al 23 de julio.
En la oposición, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) no tiene tanta prisa por trasladarse. Y, a diferencia del SPD, que aún no ha vendido su sede en Bonn, la CDU ya tiene vendida la suya a la Telekom, el antiguo monopolio de teléfonos alemán, que, ella sí, apuesta por Bonn.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.