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EL CAMINO HACIA LA PAZ

La falta de documentos y el caos del regreso provoca que los propios albanokosovares se roben las casas

Jorge Marirrodriga

Muchos albanokosovares pensaban, cuando permanecían en los campos de refugiados, que sólo los serbios les habían echado de sus casas. Pero, cuando terminó la guerra -y, desde el pasado día 13 de junio, cuando las tropas occidentales de la Kfor entraron en Kosovo-, algunos descubrieron que sus casas o viviendas ya estaban habitadas por otros albanokosovares que, al haber regresado antes del exilio, las habían ocupado. Al no existir registros de la propiedad (destruidos por los serbios), ni tribunales a los que acudir, estas familias han tenido que emprender por segunda vez la marcha de sus barrios, e incluso de sus ciudades, buscando un lugar para cobijarse. "Hay que evitar lo que ha ocurrido en Bosnia-Herzegovina, donde los primeros que volvieron se quedaron con las mejores casas, tanto si eran suyas como si no", advirtió ayer Jiri Dienstbier, relator especial de la ONU para los derechos humanos en la zona.

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Éste es el caso de Isak Havolli, un profesor de albanés de 45 años, casado y con tres hijos, que vivía en un tranquilo barrio de Pristina y que en mayo fue obligado, junto a su familia, a abandonar su hogar y a viajar, hacinado con otros cientos de personas, hasta el atestado campo de refugiados de Blace, en la frontera de Macedonia.

A su regreso se encontró con que su casa había sido ocupada por una familia albanokosovar que también había regresado hacía poco. "No sirvieron de nada ni las explicaciones, ni los ruegos, ni las amenazas", explica. Havolli sabía de un serbio que habitaba en el centro de la ciudad y suponía que habría huido, de modo que se presentó en la casa, tiró la puerta abajo y se instaló.

Mientras su familia se afanaba en limpiar la casa, se presentó en la puerta un serbio vecino del propietario, venía acompañado de un hombre al que pretendía alquilarle la casa aprovechando la ausencia indefinida del dueño. "Me preguntó qué hacía allí y le contesté que los serbios me habían echado de mi hogar y habían incendiado la casa familiar en el pueblo de Lapashtica. Yo tenía derecho a ocupar la casa". Los hombres se marcharon y Havolli encontró un trabajo en la oficina de Naciones Unidas. "No sé cómo van a hacer para solucionar el embrollo de papeles y propiedades", dice, "pero al menos tengo una casa".

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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