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LA CRÓNICA El error de Sancho Panza JAVIER CERCAS

Javier Cercas

El sueño es atroz: estoy atado de pies y manos y oyendo por enésima vez Gwendolyne mientras dos valquirias nazis con ligueros rojos me acarician las plantas de los pies con una pluma, tratando de arrancarme mi verdadera opinión sobre el último libro de García Márquez. Yo resisto heroicamente, y las valquirias deciden acabar de una vez. Después de despedirme entre lágrimas de mi mujer y mi hijo, después de comerme un par de huevos fritos, después de leer el final del Quijote (cuando Sancho le pide llorando a su amo: "No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años", para seguir protegiendo a doncellas indefensas y desfaciendo entuertos), me dispongo a pedir como último deseo que me pongan El hombre que mató a Liberty Valance cuando me acuerdo de la cantidad de horas que duran las tres partes de El padrino y cambio de idea. Sin embargo, al abrir la boca el corazón me traiciona: "Liberty Valance", gimo. Faulkner leía el Quijote una vez al año. Yo no sé dejar pasar muchos meses sin ver Liberty Valance y, como soy un intolerante, no puedo dejar de pensar que este país sería mucho mejor si todo el mundo hiciera lo mismo. Me despierto bañado en sudor, cojo mi copia de Liberty Valance y al ponerla en el vídeo compruebo que mi mujer acaba de grabar encima un episodio de los Teletubbies. Cuando ya he levantado en vilo el vídeo me acuerdo de Hemingway, que se divorció de su segunda mujer porque ésta le perdió un manuscrito, pero recapacito y me digo que ni yo soy Hemingway ni mi sueldo me alcanza para tirar un vídeo por la ventana. Así que decido continuar casado y colocar el vídeo en su sitio, y hasta le quito un poco el polvo. Luego voy a la tienda de la esquina. No tienen la película. Recorro todas las tiendas del barrio. Nada. Muy preocupado por la salud moral del país, me llego hasta Vídeo Instan, en Enric Granados. Allí me aseguran que pueden conseguirla en dos días. Dos días más tarde, mientras camino por Enric Granados silbando la música de la película, me pregunto si habrá alguien decente que la oiga sin que se le salten las lágrimas. Al recoger la copia pienso que John Wayne (es decir, Tom Doniphon) no es sólo un héroe porque posea el coraje, sino porque posee algo más importante: el instinto de la virtud. Tom elige lo justo porque su instinto le dicta que es lo justo, no porque vaya a ganar nada con ello; al contrario: lo pierde todo, incluso a la mujer que quiere, que acaba casándose con James Stewart porque éste le promete un futuro próspero, mientras que Tom sólo puede ofrecerle una flor de cactus, que es la flor más pobre y más triste del mundo. En el autobús leo a Ferlosio: "Toda estética es un antigua ética". Me pregunto si la ética del heroísmo es ya sólo una estética, y me digo que toda ética debe ser una estética de la generosidad y me acuerdo de que, en el Tratado de las pasiones, lo que Descartes llama generosidad se parece mucho al coraje. Al llegar a casa suena al teléfono. Es Roberto Bolaño, que ha creado a uno de los héroes más memorables de la literatura en castellano de los últimos años: Arturo Belano. Me pregunta qué opino del último libro de García Márquez; para no contestar, le pregunto si no le parece una de las derrotas más tristes de la izquierda el haberle entregado a la derecha el monopolio de algunos valores, como el coraje. "Puede ser", me contesta. "Después de todo, es verdad que en nombre del coraje se han cometido muchísimos crímenes, pero más todavía se han cometido en nombre de la razón, y a nadie se le ocurriría renegar por eso de ella". Luego hablamos de Tom Doniphon y de Salvador Allende, y también de aquel otro médico, catalán, anónimo, ilustrado e insignificante, que eligió morir en un amanecer radiante de septiembre de 1936, contra la tapia del cementerio de un pueblecito sin nombre de Extremadura, frente a un pelotón de fusilamiento, vestido con un traje impecable y una pajarita azul y rodeado de un puñado de jornaleros desharrapados a quienes él había enseñado a leer, y que alcanzaron a verle levantar, por primera y última vez en su vida, el puño cerrado y a oírle gritar: "¡Viva la República! ¡Viva la libertad!". Me despido de Bolaño y pongo el vídeo, y mientras suenan los primeros acordes de la música y me esfuerzo por controlar la emoción, pienso que voy a ver la película más noble y más limpia del mundo, pero no la más perfecta: al fin y al cabo, en ningún momento aparece Pompey, el fidelísimo criado negro de Tom, pidiéndole a su amo que no se muera, sino que tome su consejo y viva muchos años, porque quedan muchas doncellas indefensas que salvar y muchos entuertos que desfacer. Aunque está claro que Sancho -y el mismísimo Cervantes-, como Bomper -y el mismísimo Ford-, estaba equivocado: don Quijote está vivo. Tom Doniphon también.

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