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Entrevista:CHRISTINE SPENGLER FOTÓGRAFA

"No necesito ir al psiquiatra, porque toda la locura de la guerra es parte de mi biografía"

Mikel Ormazabal

Tomó por primera vez una cámara fotográfica en 1970, mientras los rebeldes tubus disparaban contra los helicópteros franceses en el Chad. Hasta entonces, Christine Spengler quería ser escritora, pero aquella escena y la muerte de su hermano Eric, en 1973, cambiaron su vida. Cogió una Nikon con un gran angular (28 mm.), se vistió de luto y comenzó, en Belfast, un recorrido por los escenarios más sangrientos de la guerra (Camboya, Vietnam, Líbano, Nicaragua, Irán, Afganistán) Con este bagaje, esta francesa de nacimiento, pero afincada en Madrid desde los siete años, ha construido una autobiografía titulada Entre la luz y la sombra (EL PAÍS-Aguilar). Pregunta. ¿En el ruedo de la guerra, cuál ha sido el peor toro que ha lidiado? Respuesta. Los talibanes. Es dificilísimo penetrar en Afganistán con una cámara fotográfica y permanecer un mes y medio en Kabul. También el momento en que fui apresada por los morabitun, en Líbano, porque no obedecen ninguna ley, son la peor de las 116 facciones de Beirut oeste. Matan, practican el pillaje, violan, cometen todo tipo de exacciones por puro placer. P. ¿Cómo se puede digerir tanto horror? R. No se puede. Por eso he escrito este mi segundo libro. Ahora, después de reflejar en 428 páginas todas las historias vividas, estoy en paz. El libro me ha curado y no necesito ir al psiquiatra, porque toda la locura de la guerra es parte de mi biografía. Todos los horrores (el llanto del niño de Phnom Penh, los gritos de los ajusticiados en las cárceles de Chile o Bolivia,...) han quedado testimoniados en este libro. Tengo la impresión de haber dado testimonio de todas las barbaridades que vi en la guerra. P. ¿Tuvo alguna tentación de participar con otras armas en defensa de esas causas? R. Sólo podía participar más activamente con el fusil y nunca tuve esa tentación. Mi arma es la cámara, aunque a mí me tratan como a una combatiente. Las bombas, el frío y el hambre igualan a todos los seres humanos. P. Su secreto es llegar al sitio la primera y salir la última. R. Yo no me limito al acontecimiento en sí. Si hay un funeral en Belfast voy una hora antes y me voy la última porque lo que más me fascina es el antes y el después. En mis fotos taurinas ocurre otro tanto. No tengo fotos de la lidia, sino de la parafernalia que rodea a esta fiesta. P. ¿Qué escenas de amor ha hallado en medio del horror? R. Estar tan cerca de la muerte me ha enseñado a bascular hacia la vida. Yo he notado que en la guerra cada escena de horror y monstruosidad da paso a una escena de belleza. Algo tan terrible como la delación entre los judíos ha engendrado lo contrario, la solidaridad extrema y la hermandad. También en la guerra hay escenas de fraternidad que no hay en el día a día. P. ¿La guerra sólo puede observarse en blanco y negro? R. Yo sigo viendo la guerra en blanco y negro porque es más cruda y real. La técnica del color la utilizo a la vuelta del campo de batalla, porque el regreso es como un exorcismo. En el color puedo depositar toda la locura, creatividad, surrealismo y barroquismo que llevo dentro, que me transmitió mi madre y que he aprendido en España. En la guerra tengo que borrar mi yo para volcarme en los personajes que retrato, y reservo los colores para dar rienda suelta a la alegría y a la belleza. P. Al comienzo le pagaban 15 dólares por cada foto. Ahora cobrará algo más, ¿no? R. Sí, pero sólo me sirve para pagar el reportaje. Dentro de tres días marcho a Kosovo y sólo recibo el dinero para el pasaje. Ningún reportero de guerra se ha hecho rico; no da dinero.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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