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La Bolsa y la vida

ROSA SOLBES "De joven buscaba la luz; hoy ya sólo me interesan las eléctricas". En sueños, se reconoce en la maciza figura negra dibujada por El Roto, y lo que es peor: parece participar de su amarga confesión. Nunca quiso, pese al consejo de amistades menos escrupulosas, "entrar en Bolsa", ese antro de especulación donde tantos acaban enganchados si comprueban que poner el dinero a trabajar evita sudar la camiseta. Sólo se permitió suscribir un fondo de pensiones, inversión que consideraba blanca y que además le había facilitado, por primera vez en su vida de contribuyente por nómina, una declaración de la renta "a devolver". Y al año siguiente, gracias al cobro de ciertos atrasos (pequeño excedente ahorrado por el que en la cartilla no dan ni las gracias), consintió participar en un fondo de inversiones de poco riesgo sin interesarse mucho más por la "colocación" de aquellas pesetas. Pero ha llegado el verano, y además de la de viajes otra publicidad le asalta desde cada punto del dial: "Estas vacaciones...¡ no pierda de vista su dinero!". Ahora percibe que, incluso en metro y autobús, la humanidad ha dejado de preocuparse por la liga de fútbol y los ligues de Lecquio, y todo quisque se vuelca con idéntica pasión sobre esas páginas salmón aparentemente tentadoras, cuajaditas de sugestivos pay-out, free float, repos y mercados de opciones. El conductor, entre frenazo y blasfemia, lamenta la pesadez del mercado, y el maestro consulta con el cobrador del gas si no habrá llegado el momento de invertir en semiconductores. En la parada de Colón sale mucho papel, pero el Euribor apenas si se desplaza. El poderoso caballero, de carácter timorato al decir de quienes le conocen, sigue sentado, haciendo un mohín ante la incertidumbre. Da la impresión de que, aunque está bien servido por una cohorte de brokers, duda hasta de las economías emergentes. También se ve pulular al euro menguante, y deslizarse escaleras abajo a decenas de fondos de renta fija. Se ha oído estornudar a un tal Alan Greenspan, y de inmediato el índice ha descendido un cuartillo para cabreo general. Un Ibex con gesto de mala baba, sentado a su lado desde dos sesiones atrás, le reprocha impertinente: "Sí, sí, disimula, pero... ¿dónde te crees que está tu capital más que fabricando armas, esclavizando niños, arrasando bosques, traficando con estupefacientes, calentando el planeta, corrompiendo funcionarios y políticos, cultivando transgénicos, comprando empresas públicas a precio de ganga, destrozando paisajes, sosteniendo dictadores..."? Le urge huir de este vagón infernal. Pulsa el mix, el pool, el call y el put. "Yo sólo pretendía guardar algo para la vejez, pienso principalmente en el futuro de mi hijo... buscaré sin desmayo un calcetín políticamente correcto, ¡quiero una tarjeta de crédito solidaria!". Pero ni rastro de ellos en las páginas de color de rosa. Sólo encuentra una solución perfecta para fundirse aquel cochino y cómplice dinero, y de paso no tener que viajar nunca más en tan indeseable compañía. Se fija en el anuncio a dos planas: un hermoso coche de 7 millones, y un texto: "A los 20 años queremos cambiar el mundo, vivir intensamente y no detenernos ante nada...La ingeniería automovilística en su máxima expresión. ¿Quién dice que éramos unos ingenuos?" Seguro que sólo es una pesadilla, pero...¿por qué diablos no suena ya el despertador?

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