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Verdad oficial

Pasó el debate sobre el estado de la nación; ya huele a cosa antigua, pasada, y eso que hace sólo unos días. Ahora que ya se han hecho y digerido las encuestas sobre sus resultados se puede comprobar la extraña naturaleza parlamentaria de este debate, que carece de sentido, pero no, como veremos, de utilidad. Es un debate en el que nada se juega, como un partido de exhibición, no diré amistoso, pero en el que los contendientes ponen a prueba "la negra honrilla", sin resultados políticos operativos: ni hay detrás una Ley, ni una decisión política significativa, ni un nombramiento, ni se discute un juicio de totalidad de una gestión internacional, o sus proyecciones. Y es que, como tantas cosas importantes pasan sin que las Cortes las debatan, se inventó para ver de lo que somos capaces en cuestión de parlamento, este debate sin conclusión en el que se habla de todo y nada a la vez, con la seguridad de que luego el voto carece de trascendencia digamos funcional u operativa. Es un debate para debatir y que vea la gente lo bien que lo hacemos; procede de la época de las mayorías absolutas y tiene como finalidad rellenar el vacío de la, digamos, temporada oficial. Por eso la gente le vuelve la espalda; pero si lo hace hasta con partidos de competición. No es, sin embargo, inútil: sirve para que medios, y políticos, se diviertan con la elegancia social del pugilato y el lucimiento de los diestros en este toreo de salón; las encuestas dicen quién, según el respetable, quedó mejor o peor; y así los periódicos y otros medios; otra cosa no se puede decir, pero ya es algo; eso, la "negra honrilla". En algunos casos la utilidad puede ser mayor, pues parece que el debate ha servido para que los socialistas se aclaren en su "candidato"; pues enhorabuena si les ha servido para salir de dudas; pero es una casualidad. Como un debate sin votación resulta muy desairado, y de suyo no hay nada que votar, los grupos presentan "propuestas", que no tienen que ver necesariamente con lo debatido o, mejor, exhibido por los diferentes protagonistas, pero que dan la sensación de que allí se ha hecho algo más que exhibirse. Y presentan las propuestas a decenas, a centenares, algunas tan interesantes como que "se arregle la Justicia" o se tenga más consideración con los discapacitados y otras muchas que no son del caso; no todas consiguen la aprobación, que la propuesta más inocente puede oculta las más aviesas intenciones y es difícil sorprender a gente tan avisada.

Entre las aprobadas este año (y por unanimidad) hay una en la que "el Congreso de los Diputados insta al Gobierno a que manifieste oficialmente que la autoría de la destrucción de Gernika, el 23 de abril de 1937, fue llevada a cabo por la Legión Cóndor alemana, por orden del General Franco y no por los llamados rojos separatistas". Es maravilloso. No sé a qué registro o archivo oficial tendrá que acudir el Gobierno para certificar lo solicitado. Tampoco sé qué tiene que ver este Gobierno, ni los anteriores democráticos, ni los futuros, con actos de guerra de hace más de 60 años; ni qué puede añadir a lo que es conocido hasta la saciedad, es decir, que, como dice la propuesta, el bombardeo de Gernika fue obra de la Legión Cóndor alemana, en casi el único supuesto, por cierto, en que la guerra civil española sirvió de campo de experimentación de acciones militares plenamente desarrolladas en la II Guerra Mundial (Coventry, Dresde, Colonia...); ni qué extraño precedente se establece si vamos a poner al Gobierno español a desmentir todas las mentiras y falsedades que se dijeron, y aún dicen, sobre la guerra civil, la República y otras guerras anteriores y posteriores (que Azaña no era homosexual, que el Maine no fue hundido por los españoles, que los jesuitas no envenenaron las fuentes de Madrid, que Besteiro no cometió el delito de "auxilio a la rebelión"...); ni qué extraña mentalidad hay que tener para traer esto a colación ahora, y nada menos que "por unanimidad del Congreso"; ni qué vía mental puede conducir a instar a un Gobierno a constituirse en historiador diplomado, oficial y creíble; ni qué pinta el Gobierno en cuestión que ni siquiera fue la obra de un Gobierno antecesor remoto, sino de los generales alemanes y, en su caso, españoles que tuvieran que ver con tan sabido y brutal bombardeo. Es de admirar el deseo unánime de nuestros parlamentarios demócratas de que una verdad histórica seria se transforme en "verdad oficial"; historia oficial que siempre huele a dogma político; no es que por hacerse oficial una historia sea menos verdadera, pero se hace innecesariamente sospechosa.

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